La Homilía. Tercera y última parte VII yVIII. Celam

La Homilía. Tercera y última parte VII yVIII. Celam

VII. HOMILIA Y LECCIONARIO

El que predica la homilía debe tener un buen conocimiento de los leccionarios. Esto vale especialmente para los leccionarios de la misa; pero también para los leccionarios de los sacramentos: Un cierto conocimiento de cómo han sido compuestos y de cómo se desarrollan a lo largo del año o de los años y, en el caso de los sacramentos, dentro de cada sacramento y de cada celebración, es necesario para la predicación homilética.

No es mi función hacer aquí una presentación de los leccionarios. Nos baste recordar lo siguiente:

Hay un leccionario de los sacramentos y un leccionario del misal.

Para los sacramentos: Cada sacramento presenta una serie de lecturas, con sus aclamaciones y salmos, que pueden ser combinados por el que preside la celebración (en número de tres, dos o incluso una). Esta combinación y disposición queda, salvados los grandes principios litúrgicos, a la discreción del que preside la celebración. Es evidente que no cualquier combinación es correcta y acertada. Habrá que procurar que aparezcan un mismo mensaje en diferentes formas, así como su anuncio en el Antiguo Testamento, su cumplimiento en Cristo y su realización en la Iglesia. Los cantos interleccionales tienen también su importancia para las lecturas y para la homilía.

Para el misal: El leccionario del misal comprende dos partes distintas, casi independientes: el leccionario de los domingos y fiestas y el leccionario ferial. El motivo de esta división es sobre todo pastoral. En efecto, la mayoría de los fieles participa en la Eucaristía únicamente los domingos y fiestas de precepto y por ello se ha procurado seleccionar lo mejor de la Biblia en el leccionario de domingos y días festivos.

Los domingos, fiestas del Señor y las solemnidades, comportan tres lecturas. Por regla general la primera es del Antiguo Testamento, la segunda del Apóstol ?Epístolas, Hechos, Apocalipsis? y la tercera es siempre evangélica. Con este orden de lecturas aumenta la fuerza catequética de la Palabra de Dios, ya que así puede ponerse de relieve la unidad interna de los dos Testamentos y de la historia de salvación, cuyo centro es Cristo en su misterio pascual. En las fiestas y solemnidades y en los domingos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua las tres lecturas suelen tener una relación bastante estrecha. No así en los domingos ordinarios.

No basta, por otro lado, poner atención a las tres lecturas de un día. Hay que poner atención muy espe­cialmente también a la continuidad de un autor a través de los domingos. De hecho en lo domingos del tiempo ordinario el evangelio y la segunda lectura (del Após­tol) en los tres ciclos son semicontinuos; la primera lectura está seleccionada o escogida en relación con el evangelio. Lo que quiere decir que no hay que buscar fáciles concordismos entre las tres lecturas. Dado que la segunda lectura (del Apóstol) es semicontinua y suele ir tomando los mejores pasajes de las cartas paulinas y otras, hay allí una cantera insospechada de profundización bíblica.

Pero si se comenta la epístola, hágase en general durante un período de tiempo largo (no un solo domingo) e incluso durante todo un cielo anual del tiempo ordinario. Esto puede tener razón de ser sobre todo en ambientes preparados, por ejemplo, en una co­munidad religiosa. Supone una asamblea estable y, por supuesto, un mismo predicador (o varios, con tal de que se hayan puesto de acuerdo).

El cielo ferial del leccionario es de dos años para la primera lectura (semicontinua). El evangelio es igual para los dos años. Esto quiere decir que la primera lectura (muy variada y completa a lo largo de los dos años), puede dar pie a una sencilla homilía o comentario homilético que vaya explicando a lo largo de los días los diversos libros de la Biblia a los fieles que asisten cada día a la misa. Tampoco en este caso habrá que buscar síntesis artificiosas entre la primera lectura y el evangelio. En los tiempos fuertes hay a veces una mayor un¡dad.

Podríamos sintetizar lo que se debe tener presente a propósito del leccionario, diciendo lo siguiente:

? Se debe escoger sólo una de las tres lecturas como núcleo referencial de la predicación homilética. No querer comentar las tres (aunque se puede y conviene hacer alusión a las tres).

? No se deben aceptar fáciles concordismos ni síntesis artificiosas entre las lecturas, sobre todo cuando el leccionario no ha pretendido una unidad estrecha. Esto vale sobre todo para los domingos ordinarios y para los días feriales del tiempo ordinario. Para las grandes’ fiestas y para los domingos principales del año litúrgico la unidad en muchos casos está pretendida y es más patente.

? Se debe conocer y examinar el leccionario no sólo «verticalmente» (las lecturas de un día), sino también «longitudinalmente» (el ciclo, la lectura semicontinua

• incluso continua de un libro durante varios domingos

• varias semanas).

El salmo responsorial y los cantos interleccionales pueden en ocasiones servir de clave de interpretación y aun de comprensión de los textos de un día incluso pueden ser tema nuclear de la predicación. Ciertas frases poéticas o profundamente humanas de los salmos pueden sintetizar la riqueza bíblica de toda una misa.

? La falta de atención a la estructura interna del leccionario, la falta de atención al evangelista que se lee en cada ciclo o a los autores y sus cartas, en una palabra, al texto bíblico, puede ser causa de que en lugar de interpretar correctamente los mensajes en su contexto bíblico (p. ej., la serie de parábolas del Reino del cap. 13 de Mateo) se interpreten en clave moralizante e individualista (al perder la perspectiva bíblica de que se trata de parábolas del Reino, en el caso aludido). Con ello, el estilo de predicación de corte moralista que parecía superado, es recuperado de nuevo a pesar de la riqueza temática que ofrece el leccionario.

? Antes de comenzar la lectura de un autor durante una serie de días o domingos se podría presentar el autor (o el libro), por lo menos en ambientes estables y deseosos de progresar en el conocimiento de la Biblia.

VIII. OTRAS CONSIDERACIONES SOBRE LA HOMILIA

Tal como hemos indicado más arriba, la homilía debe hacerse todos los domingos y fiestas de precepto; es una parte de la celebración eucarística que sólo por motivos graves puede ser omitida en tales días, desde el Concilio Vaticano II. Debe también figurar de ordinario en las celebraciones de los sacramentos. Es lógico que así sea por tres motivos: a) porque la Palabra de Dios si no es aplicada al hoy de nuestras vidas, se queda como a medio camino; b) porque la celebración (el rito) no cobra todas sus potencialidades si no es por medio de la palabra de la fe y de su interpretación homilética que dispone para el gesto sacramental; c) porque en los días festivos y en las celebraciones sacramentales está la comunidad eclesial reunida y con razón espera de sus jefes una palabra de orientación y de aliento.

Decir que los domingos y días de precepto debe haber homilía en la misa no es, por supuesto, decir que no ha de haberla en las otras celebraciones eucarísticas. Muy al contrario. La Constitución sobre Sagrada Liturgia y la Ordenación General del Misal Romano la recomiendan para todos los días. Sin atenerse a todas las características de una homilía dominical, un breve comentario homilético, familiar, profundo y sencillo a la vez, gusta mucho a los fieles que asisten diariamente a misa, a los que acuden con motivo de un funeral (cuánto bien se puede hacer en tales momentos!), a los que ocasionalmente se acercan a nuestras iglesias, a los grupos de juventud, etc.. Es una magnífica ocasión para instruir, para catequizar, para evangelizar, para llegar al corazón de los fieles. Unas sencillas palabras durante dos o tres minutos son suficientes en es?tos casos.

La homilía corresponde al sacerdote (excepcionalmente y en su ausencia al diácono) y más concretamente al que preside la celebración. Por esto no es aconsejable que la tenga un concelebrante u otro sacerdote distinto del, que preside la celebración en una eucaristía ordinaria o en una administración de algún sacramento. Si leer el evangelio no es un oficio presidencial, la homilía, en cambio, es tarea presidencial. Y es lógico que así sea, porque resume toda la liturgia de la palabra y el mensaje de Dios a una asamblea, y porque ilumina con luz nueva la celebración del rito.

Este principio, que hay que respetar, admite acomodaciones. Así, en las misas para niños, sobre todo las que se celebran entre semana para ellos, está permitido según el directorio para este tipo de misas, que la homilía sea presentada a los niños por otra persona distinta del que preside si éste no se considera capaz de hablar a los niños de forma acomodada a ellos. Es evidente que se trata de un caso más bien raro. Aun entonces, convendrá que el sacerdote que preside la eucaristía inicie y concluya la predicación.

Es también normal que en el caso de los niños haya un verdadero diálogo en el que intervengan ellos. Lo importante en todos estos casos es que los niños lleguen a entender y captar el significado de los textos bíblicos. Y sabemos que los niños son capaces de escuchar con tal de poder intervenir con preguntas y respuestas.

En ambientes sobre todo pequeños, de gente sencilla y poco preparada para escuchar una homilía, convendrá acomodarse a las circunstancias. Convendrá algunas veces hacer preguntas y escuchar las respuestas; será necesario ir creando un clima de calor humano y de intercomunicación familiar. Recuérdese lo que ya hemos dicho anteriormente: que los Santos Padres, maestros en el arte de predicar, permitían en sus homilías, de vez en cuando, intervenciones y preguntas de los fieles. Eso no, es contrario al principio de que la homilía la ha de hacer el que preside o al menos un sacerdote. Sí es contrario a este principio dejar la homilía en manos de los fieles y, en consecuencia, no ser el autor y perder el control de la misma.

IX. CONCLUSION

Antes de terminar esta exposición debe quedar claro que la homilía es parte de un todo y de un todo litúrgico. No es ni lo único ni lo principal en la celebración litúrgica. El culmen debe darse en la eucarística o en el sacramento. La liturgia de la Palabra debe precederla, prepararla y celebrarse adecuadamente: con una introducción ágil, segura, dando importancia a las lecturas, en especial al Evangelio, y dando también importancia a las respuestas por parte de los fieles (silencios de meditación, cantos interleccionales, aclamaciones, etc.). En otras palabras, la celebración tiene un RITMO y la homilía no debe romperlo. En resumen, la primera parte de la celebración debe conducir a la homilía y ésta debe ser de tal tipo que provoque un CRESCENDO en la intensidad de la celebración durante la acción eucarística o sacramental, que no debe decaer ni ser despachada atropellada o precipitadamente.

Hasta aquí he intentado presentar todo aquello que me parece necesario para preparar una homilía y para presentarla convenientemente a los fieles.? Faltaría la práctica. Echándose al agua se aprende a nadar. Preparando homilías, ensayándolas y predicándolas se aprende a ser un buen homileta.

Una última consideración: con razón se dice hoy que lo único del presbítero no es presidir la celebración de los ritos sagrados. Juntamente con ésta, una de sus principales funciones, es de predicar la Palabra de Dios Dicha predicación lo asemeja a los profetas; mejor dicho, lo hace continuador y ministro de Cristo Profeta. Predicar la Buena Noticia, hablar a los hombres las palabras de Dios, iluminar las situaciones vitales a la luz de Cristo, es algo que ha dado sentido al profetismo de todos los tiempos y es algo que ha de dar sentido al presbítero en su misión profética.

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