Está semana el Gaudium pública:DEBEMOS CONOCER MÁS NUESTRA FE Y LA IGLESIA PARA PODER COMPRENDERLA Y QUERERLA

Está semana el Gaudium pública:DEBEMOS CONOCER MÁS NUESTRA FE Y LA IGLESIA PARA PODER COMPRENDERLA Y QUERERLA

DEBEMOS CONOCER MÁS NUESTRA FE Y LA IGLESIA PARA PODER COMPRENDERLA Y QUERERLA

Domingo 23 de Mayo de 2010 por Redacción ·

Las crisis de hoy son crisis de santos. Decía en una ocasión San José María Escribá. Y efectivamente, la Iglesia hoy está en crisis, una crisis muy grave por cierto, pero no más que en otras épocas. Permítaseme recordar solamente el siglo XVI, cuando en 1530 inicia la reforma luterana, seguida después por el calvinismo y más tarde por el anglicanismo. La Iglesia se había escindido y las acusaciones al Santo Padre y a toda la estructura de la Iglesia eran graves. Algunas con justificadaa razón. El mismo Martín Lutero visitó Roma para entrevistarse con el Papa Alejandro VI. Ahí se dio cuenta de que era en realidad un hombre malvado, que tenía nueve hijos; Lutero se preguntaba porqué Dios permitía que un hombre así fuera la cabeza visible de su Iglesia. En Alemania, como en muchas partes del mundo había muchos sacerdotes que tenían hijos, las indulgencias se vendían y en resumen privaba una inmoralidad terrible entre el clero y los laicos católicos. Sin embargo, a diferencia de Lutero o Calvino, quienes decidieron separarse y fundar su propia iglesia, hubo muchos que combatieron esta situación con la oración y el ejemplo, así, el siglo XVI, es el mismo siglo de grandes santos como San Carlos Borromeo, Santa Teresa de Ávila, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, entre otros. San Francisco de Sales, por ejemplo, arriesgó muchas veces su vida llevando el mensaje del Evangelio por muchas partes de Europa especialmente Suiza.

¿Cómo logró la Iglesia subsitir ante esta y otras graves crisis. En primerísimo lugar, porque en efecto, se trata de una empresa divina y no humana. Su fundador y guía es Cristo. No existe otra explicación. Dios escoge hombres y mujeres de barro para realizar su plan divino. En una ocasión, uno de los compañeros de la Orden de Frailes Menores le preguntó a San Francisco de Asís “¿qué harías si supieras que el sacerdote que está celebrando tiene tres mujeres?” Y el sin dudar le respondió hablando despacio “Cuando llegara la hora de la Sagrada Comunión, iría a recibir el Sagrado Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas del sacerdote”. No importa si es el Papa o el más humilde sacerdote, no importa si se trata del sacerdote más santo o del más pecador, de cualquier forma debemos recordar que es Cristo mismo el que actúa.

Estoy convencido de que hoy es muy necesario, urgente, apremiante, que los sacerdotes, los religiosos y las religiosas den un testimonio verdaderamente cristiano. Absolutamente de acuerdo, pero no menos necesario, urgente y apremiante es que cada cristiano, especialmente los laicos, demos el mismo testimonio. Hay que recordar que por vocación estamos TODOS llamados a la santidad.

No nos deben extrañar los ataques del mundo. Y a lo largo de la historia y hasta la actualidad nuestra Iglesia no ha dejado de ser atacada.  Sin embargo “Si inimicus meus maledixisset mihi, sustinuissem  utique si mi enemigo me ofende, no es extraño. Pero tu…“tu vero homo unanimus, dux meus, et  notus meus, qui simul mecum dulces capiebas cibos” – ¡Tu, mi amigo, mi apóstol,  que te asientas a mi mesa y comes conmigo dulces manjares! No podemos ser nosotros mismos los que propaguen maledicencias e injurias.

¿Estamos esperando que el Santo Padre defienda solo a nuestra Iglesia? Este momento es, más que nunca, un momento de unión, de verdadera comunión. Lo primero que necesitamos es conocer más nuestra Fe y nuestra Iglesia para poder comprenderla y quererla.  En segundo lugar analizar con mucho cuidado lo que la prensa en particular, o el mundo en general afirman de nostros los cristianos y de nuestra iglesia. La Iglesia no será destruida, nunca, precisamente porque es una empresa de Dios, pero estamos obligados a defenderla, no a favorcer o permitir esos ataques. Como el Cardenal Consalvi le respondió a Napoleón cuando éste le dijo que destruiría a su Iglesia, le dijo “No, no podrá. ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!

¿Pero porqué digo que debemos ser muy juiciosos con lo que recibimos de los periódicos y de la televisión? Pongamos de ejemplo las notas de prensa respecto a la carta del Santo Padre a los Legionarios del pasado 2 de mayo. Si escuchamos lo dicho por los noticieros  pensaríamos que el santo Padre y los visitadores le han dado fuerte regaño, una tremenda sacudida a la Orden. Sin embargo si has leído la carta, más bien parece el mensaje de esperanza y cariño de un padre para con sus hijos. Les asegura que no estarán solos en este proceso de reorganización, que serán acompañados siempre y que el futuro será bueno para todos y cada uno de quienes pertenecen o están cerca de la Legión.

Algo tenemos que aprender de estas crisis. Quizás la enseñanza sería que no hay nada que hagamos en lo individual que no repercuta en lo general. Somos seres eminentemente sociales. Pero el impacto, la trascendencia de nuestras acciones dependerá también de nuestra jerarquía en la sociedad y en la iglesia. Así, las faltas de cualquier cristiano dañan a la santidad de la iglesia, pero también dañan la imagen de ésta frente al mundo. Sin embargo, entre más alto nuestro sitio, las consecuencias serán mayores. No nos extrañe, pues que quienes ocupan un lugar más alto en la Iglesia deban ser mucho más cuidadosos con su vida interior y con la vida ejemplar que deben mostrar.

Esto no quiere decir que no tengamos la misma obligación todos los cristianos. De hecho las primeras comunidades se distinguían por ello. Recordemos que el amor que se tenían unos a otros fue con mucho el más eficaz apostolado. Y hoy debemos actuar así, debemos, con nuestro ejemplo arrastrar, atraer a otros a ser cristianos. Unidos todos, con profunda humildad, porque como bien decía san Pablo en la primera carta a los Corintios “Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios, ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los poderosos; ha elegido lo vil y despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para aniquilar a quienes creen que son algo. De este modo nadie puede presumir ante Dios” (1ª Cor 1: 27-29). El perdón es una de las más altas manifestaciones del amor. Perdonemos a nuestros hermanos que de una u otra forma han lastimado a nuestra Iglesia y sigamos adelante en búsqueda de una Iglesia terrenal cada vez más santa. Sintámonos orgullosos de nuestra Fe y de nuestra Iglesia y salgamos fortalecidos de esta época de crisis. Pero eso sí, sin olvidar que primero hay que rezar y luego actuar, como decía San Agustín “Ora et labora”, reza y trabaja, primero lo primero, pero sin olvidar lo segundo.

Jorge Hernández Arriaga

Médico Pediatra-Neonatólogo

Doctor en Ciencias Médicas

Master en Bioética

Acerca del autor

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