“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”:   Primer principio del sermón de la montaña: Por Horacio Bojorges.

“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”: Primer principio del sermón de la montaña: Por Horacio Bojorges.

PRIMERA BIENAVENTURANZA

“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”

“Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo,

el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre

a fin de enriqueceros con su pobreza” (2 Co 8,9).

1. Jesús: el pobre de espíritu

Jesús es el modelo de pobreza de espíritu. Pablo explica que Jesús, siendo rico, se hizo voluntariamente pobre para enri­quecemos con su pobreza. Esto es la pobreza de espíritu. Es un espíritu que abraza gustosamente la pobreza por caridad, por be­nevolencia, por misericordia.

San Pablo en su carta a los Filipenses amplía la descripción de la pobreza con que se abraza el Hijo eterno de Dios al hacer­se hombre, y cómo por eso el Padre le entrega el Reino y el Se­ñorío:

a) A Jesús por haberse hecho el pobre de espíritu…

“Aunque tenía el mismo ser de Dios, no se aferró a su con­dición de Dios, sino que se anonadó a sí mismo y se hizo siervo.

Y haciéndose semejante a los hombres y pasando por un hombre cualquiera, se hizo pequeño, hecho obediente hasta la muerte, hasta la muerte de cruz.

b)…Su Padre le entregó el Reino

Por eso Dios lo exaltó y lo agració con el nombre que es­tá sobre todo nombre, para que, ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2, 6-11).

2. La pobreza de espíritu como el desapego del Hijo a su propia gloria

1) El Hijo de Dios, igual al Padre, no se aferra a su condi­ción divina, renuncia a lo que le es debido por su naturaleza di­vina, pasa por un hombre cualquiera, no reclama ni exige hono­res que le eran debidos, renuncia a sus derechos, se hace peque­ño, humilde. Pero no sólo renuncia a gloria, honores y riquezas, sino que se abraza con una muerte infamante, tras haber padeci­do calumnias y juicios injustos. Siendo inocente pasa por crimi­nal, permite que sean avasallados sus derechos. Él, como hom­bre hijo de Dios, no viene a buscar su propia gloria sino la del Padre. Y así como le da gloria con su humillación, se la da con la exaltación con que lo agracia el Padre, haciendo reconocer su señorío y dándole el Reino, una dignidad que es reconocida en los cielos, la tierra y los infiernos. En una palabra: por haberse hecho pobre de espíritu se le entrega el Reino de los Cielos.

2) La pobreza de espíritu -nos enseña la vida de Jesús ­es un desapego de sí mismo y de todas las cosas, no sólo de di­nero, sino de fama y gloria. Ese desapego se explica porque el hijo recibe la vida del Padre en cada momento.

3) Jesús fue tan fiel al Padre en la vida oculta en Nazaret como en la vida pública. Y no pudieron apartarlo de su vida de cara al Padre ni los éxitos y la fama de las muchedumbres, ni la

infamia y la injusticia de los hombres y de las autoridades. Por eso, el Padre lo     encontró confiable, digno de fe y le confió el Rei­no, sabiendo que no se lo apropiaría ni usurparía, sino que lo ad­ministraría siempre “para gloria de Dios Padre”.

4) Ésta es la meta de la vida cristiana y del ser pobre de es­píritu, es reconocerla y tenerla como la meta de la propia vida.

3. La pobreza de espíritu como renuncia al propio derecho por caridad con los demás

5) Este principio de la renuncia voluntaria al propio dere­cho y a la propia gloria por la gloria del Padre y por el bien de los hermanos es un fundamento de toda la cultura y conducta cristiana.

6) Gobernará, por ejemplo, la conducta de Pablo cuando renuncia voluntariamente al derecho que tienen los apóstoles de ser alimentados por la comunidad: “Nadie me privará de mi glo­ria (…). ¿Cuál es mi recompensa? Predicar el evangelio entre­gándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio” (1 Corintios 9, 15. 18 Ver también en este mismo ca­pítulo los versículos 4 al 6, 12. 15). Como Jesús, Pablo reconoce que “siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos” (9, 19 comparar con Filipenses 2, 7: “tomó condición de esclavo”).

7) Gobernará también la solución de problemas comunita­rios, como el escándalo que produce que los cristianos acudan con sus litigios ante tribunales paganos: “¿Por qué no prefieren más bien soportar la injusticia? ¿por qué no se dejan más bien despojar? (aposteréisthe)” (1 Corinitios 6, 7).

8) O que coman carne inmolada a los ídolos escandalizan­do a los débiles: “si por un alimento tu hermano se entristece (lu­peitai), tú no procedes ya según la caridad. ¡Que por tu comida no destruyas a aquél por quien murió Cristo!” (Romanos 14, 15).

9) Este mismo principio rige también la enseñanza de san Pablo sobre la renuncia al derecho al propio cuerpo dentro del matrimonio cristiano: “La mujer no es dueña de su cuerpo sino el marido, tampoco el marido es dueño de su cuerpo sino la mujer. No se nieguen el uno al otro, a no ser de común acuerdo” (1 Co 7, 4-5).

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