San Jorge mártir, de Capadocia 23 de abril. Santoral.

San Jorge mártir, de Capadocia 23 de abril. Santoral.

SAN JORGE, MÁRTIR

DÍA 23 DE ABRIL

San Jorge, uno de los más célebres mártires de la

Iglesia, á quien los griegos llaman por excelencia

el gran mártir, nació en Capadocia, de familia

ilustre y distinguida por su nobleza, pero más señalada

por el celo con que profesaba y defendía la verdadera

religión. Su calidad y distinción le precisaron á seguir la

profesión de las armas; y como era un joven de los más

bien dispuestos, más valientes y más cultivados de todo

el ejército, ganó en poco tiempo la gracia del emperador

Diocleciano, quien le dio una compañía y le hizo su

maestre de campo. Acreditó el acierto de esta elección el

valor, la prudencia y toda la conducta de su porte en una

edad tan poco avanzada. Y descubriendo cada día el

Emperador más y más las prendas, los fondos y el

extraordinario mérito del nuevo oficial, pensaba elevarle

á los primeros cargos, colmándole de favores, cuando

comenzó á descubrirse la tempestad que desde algunos

años antes se iba fraguando contra los cristianos, y desde

los primeros anuncios se comenzó á temer que al cabo

inundaría en sangre de mártires á toda la Iglesia de Dios.

Desde entonces, aunque Jorge tenía solos veinte

años, se consideró como víctima destinada al sacrificio, y

se dispuso para él con el ejercicio de las más heroicas

virtudes. Como tenía el grado de oficial general, era del

Consejo del Emperador, y conoció que esto le obligaría á

declararse de los primeros, dando pruebas de su fe, y no

disimulando su religión. Hizo sacrificio de sus bienes

antes de llegar el caso de hacer el de su vida. Y,

hallándose heredero de una rica sucesión por muerte de

su madre, la repartió toda entre los pobres; vendió sus

preciosos muebles, sus ricos vestidos, y distribuyó el precio

entre los fieles, que al primer ruido de la persecución

se habian esparcido aquí y allí, dando libertad á sus

esclavos.

Despojado ya de todo, entró, por decirlo así, en la

lid, y se fue á la sala del Consejo. Habiendo propuesto el

Emperador el impío y cruel intento de exterminar á todos

los cristianos, le aplaudió toda la Junta; pero toda ella

quedó extrañamente sorprendida y admirada cuando vio

levantarse de su asiento á nuestro joven oficial, y con un

noble despejo, pero modesto, atento y respetuoso,

contradecir lo que todos habían dicho, y en pocas pero

graves palabras reprender la resolución que se había

tomado de perseguir á los cristianos y de exterminarlos

en todo el imperio.

Era naturalmente elocuente; y como hablaba con

mucha gracia, con energía y con fuego, se hizo escuchar

con admiración y con respeto. Hizo demostración al

Consejo de la injusticia y de la impiedad de aquella

resolución; defendió con una discreta apología á los cristianos

, y acabó exhortando al Emperador á que revocase

unos edictos que sólo se dirigían á oprimir violentamente

á la inocencia. Había ya acabado de hablar, y aun no

habían vuelto de su admiración los que le oían; la viveza

de su discurso, el aire religioso con que le pronunció, y su

rara modestia, tenían como entredichos á los oyentes, y

por algún tiempo suspendieron las pasiones de todo el

Consejo. El Emperador, aún más aturdido que los otros,

mandó al cónsul Magencio que respondiese á nuestro

Santo. Bien se conoce, le dijo el cónsul , por el desahogo

con que has hablando en presencia del Emperador, que

eres uno de los principales jefes de esta secta; tu

confesión confirmará tu insolencia; pero nuestro augusto

príncipe, defensor de los dioses del imperio, sabrá

vengarlos de tu impiedad.—Si la impiedad ha de castigarse,

respondió Jorge, no sé yo que haya otra más abominable

que la de atribuir á las criaturas, aun á aquellas

que son inanimadas, los soberanos títulos y derechos

propios y peculiares de la Divinidad. No puede haber

más que un solo Dios verdadero: Este es aquel á quien yo

sirvo y adoro. Sí, cristiano soy, y de este nombre me

glorío, no aspirando á mayor dicha en esta vida que á

darla derramando toda mi sangre por aquel Señor de

quien la recibí. Enfurecido el Emperador al oír este

discurso, y temiendo que hiciese impresión en los ánimos

de los circunstantes, mandó que al punto le cargasen de

cadenas y le encerrasen en un calabozo.

Halló en él nuestro fervoroso Santo abundante

materia para satisfacer el ardiente deseo que tenía de

padecer por amor de Jesucristo. El primer efecto de la

cólera del tirano fue mandarle atormentar con un género

de suplicio nunca oído hasta aquel día. Mandó atarle á

una rueda cubierta toda de agudas puntas de acero, la

cual, á cada vuelta que daba, le levantaba hacia arriba

pedazos de carne, y hendía en sangrientos canales aquel

delicado cuerpo. Quedaron atónitos los mismos verdugos

viendo la alegría del generoso mártir todo el tiempo que

duró este horrible tormento; pero aun quedaron más

asombrados cuando, suponiéndole ya muerto, le hallaron

enteramente sano de todas sus heridas.

Convirtiéronse muchos gentiles á vista de esta

milagrosa curación; pero ella misma irritó más al tirano.

Como era Jorge una de las primeras víctimas que

Diocleciano sacrificaba á su innata crueldad, no perdonó

á especie alguna de suplicio que no emplease para

vencer su magnanimidad y su constancia. Apenas se

puede creer lo que refieren de sus tormentos las actas

más antiguas del martirio de nuestro Santo. Todo lo que

puede inventar la más bárbara inhumanidad; todo lo que

es capaz de discurrir la cólera de un tirano, y todo lo que

puede sugerir la rabia y la malignidad del Infierno, todo

se puso en ejecución para atormentar al invencible

mártir; pero todo sirvió para confundir á los paganos y

para manifestar más la gloria y el poder de Dios que

adoraba Jorge. El acero, el fuego, la cal viva, de todo se

valieron para combatir su resolución y su fe; pero la firmeza

y aun la alegría que manifestaba en medio de los

tormentos; cierto resplandor maravilloso de que se vio

rodeado todo su cuerpo, tan brillante, que disipó las

tinieblas del oscuro calabozo; muchos milagros que obró

en beneficio de los mismos que le atormentaban, todo

esto hizo triunfar la religión y convirtió á la fe á muchos

infieles. De este número fueron los dos pretores Prótolo y

Anatolio. En vano gritaban algunos que todo era

hechicería, sortilegio, arte mágica, encantamiento; la

heroica paciencia que todos observaban en él, en medio

de los más crueles tormentos, y las milagrosas maravillas

que obraba, hicieron titubear á los más obstinados; tanto,

que el Emperador llegó á temer una conversión general

en toda la ciudad, y aun se asegura que la emperatriz

Alejandra se convirtió. El Emperador, viendo que eran

inútiles todos los tormentos , recurrió al artificio:

mudando repentinamente de tono y de conducta, mandó

que le quitasen las prisiones y le condujesen á su

presencia.

La vida de San Jorge se popularizó en Europa durante la Edad Media, gracias a una versión bastante “sobria” de sus actas. Según cuenta la tradición, el santo era un caballero cristiano que hirió gravemente a un dragón de un pantano que aterrorizaba a los habitantes de una pequeña ciudad. El pueblo sobrecogido de temor se disponía a huir, cuando San Jorge dijo que bastaba con que creyesen en Jesucristo para que el dragón muriese. El rey y sus súbditos se convirtieron al punto y el monstruo murió.

Por entonces estalló la cruel persecución de Diocleciano y Maximiano; el santo entonces comenzó a alentar a los que vacilaban en la fe, por lo que recibió crueles castigos y torturas, pero todo fue en vano. El emperador mandó a decapitar al santo, sentencia que se llevó a cabo sin dificultad, pero cuando Diocleciano volvía del sitio de la ejecución fue consumido por un fuego bajado del cielo. Esta versión popular de la vida del santo, induce a que en realidad San Jorge fue verdaderamente un mártir de Dióspolis (es decir Lida) de Palestina, probablemente anterior a la época de Constantino. No se sabe exactamente como llegó a ser San Jorge patrón de Inglaterra. Ciertamente su nombre era ya conocido en las islas Británicas antes de la conquista de los normandos. En todo caso, es muy probable que los cruzados especialmente Ricardo I hallan vuelto del oriente con una idea muy elevada sobre el poder de intercesión de San Jorge

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4 Comentarios

  1. jesus zamarripa h.

    me es de mucha alegria saber de los martires que sin basilo han entregado la vida por el evangelio, y me despierta a conocer mas de sus vidas, o algun escrito que hayan dejado
    para imitarles cuando menos en lo poco.
    felicidades a ustedes por difundir la eperanza de Cristo Nuestro Señor.

    Responder
    1. Juan Revilla

      Es inevitable que los hombres reconzcamos a estos hombres y mujeres que ofrecieron su vida por nuestro Señor Jesús, el amor a su palabra y la manera como lo hicieron, no es cuestión de tiempos del pasado, sino una realidad actual a la que estamos invitados todos a poner nuestras vidas a los pies de la gracia de Dios, gracias Jesús Zamarripa por este comentario, reconocer a otros su labor, es tan bien reconocer el valor del hombre y de la mujer.

      Responder
  2. Maria Jose,

    San Jorge me ha brindado la fortaleza de voluntad en Dios, me ha fortalecido la fe cada vez que al Padre acudo por su intercsion.
    No fue en vano tu padecer santito mio! porque se que en el planeta muchos como yo dan testimonio de tu divino poder ,el cual te ha sido dado para fortalecernos en la FE.
    Gracias por tu grandeza de voluntad ejemplo de amor a Dios padre Todopoderoso……Amen

    Responder

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