Curso de teología moral fundamental: parte VIII: La vida cristiana y el fundamento trinitario.

Curso de teología moral fundamental: parte VIII: La vida cristiana y el fundamento trinitario.

VIII unidad. Muy interesante lo qué contiene ésta unidad: La vida cristiana y el fundamento trinitario, la moral en Cristo, la ley nueva del Espíritu, creados por la gloria de Dios, antropología teológica, consecuencias de  la moral entre razonamiento y fe, cristología de la moral y más para disfrutar y tomar conciencia.

Unidad VIII

LA VIDA CRISTIANA Y EL FUNDAMENTO TRINITARIO

FUENTE: Mons. Cafarra, “Viviente en Cristo”, cap. I, EUNSA, España 1988.

El fundamento de la moral cristiana coloca al cristiano en relación con las tres personas de la Sma. Trinidad:

En Cristo por medio del Espíritu para gloria de Dios Padre.

a) En Cristo Jesús.

Al origen de la vida cristiana está la inserción a la vida en Cristo, seguido referido por Pablo.

1) Encuentro, promesa y seguimiento (cfr. VS 8).

El cristiano vive en Cristo porque tiene el origen de la vida cristiana en un encuentro personal con Cristo. Es un evento concreto, personal.

Para los discípulos el encuentro ha sido tan significativo que dejan todo por seguirLo. La vida la miden no en su imperfección, sino en su adhesión con El, pues en él percibieron la posibilidad de la felicidad: “Senor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn 6,68); “Tú sólo”. Semejante encuentro establece una fuerte relación personal entre los discípulos y Jesús, que llega a ser el centro afectivo de sus vidas. “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21).

Sto Tomás comentando esto dice, si la vida es pura acción, vivir significa actuar, decir que Cristo es la vida significa que es él la fuante de la vida, el motivo que me hace actuar, aquello que me mueve y aquello que me hace obrar.

2)Participación eclesial y sacramental “real”(cf VS 21)

En la raíz de la vida en Cristo está un evento sacramental: el Bautismo. En este evento el cristiano es insertado en Cristo (Rm 6). Vivir en Cristo significa ser bautizados y ser paricipe de su muerte y su resurrección. Es por eso que la vida cristiana es una doble: por una parte es destrucción del pecado, y por otra parte es la don de una vida nueva.

El cumplimiento del Bautismo es la Eucaristía en la cual se realiza el misterio de nuestra comunión con El. En este sentido la Eucaristía es la forma de la vida cristiana. “Les doy un mandamiento nuevo” (Jn 13,24), no es un imperativo sino un don: la vida.  La Eucaristía es primero un don del amor que Cristo hace de sí mismo, después nos dá la capacidad de donarnos. Don de vida y comunión con El. En la Eucaristía la res sacramentum es el Cuerpo y la Sangre de Cristo; la res tamtum es el don sincero de sí, en la caridad.

La ética cristiana es una ética cristo-céntrica, en la cual el advenimiento de Cristo es el centro, el principio de un actuar nuevo; es una ética de la gracia, en la cual se reconoce el primado del don sobre el empeño de la libertad; es una ética de la fe “en Cristo”. A partir del ser en Cristo, nace el deber.

b) “Por medio del Espíritu Santo” (cf VS 22-24).

El S. Santo tiene la tarea de universalizar y actualizar la venida de Cristo. El es quien obra nuestro insersión en Cristo (Rm 8). El Espíritu que nos viene donado en los sacramentos, y por quien llegamos a ser semejantes a Cristo. La vida cristiana es una vida según el Espíritu.

1)La ley nueva del Espíritu.

La ley cristiana es la ley del Espíritu Santo, es la ley nueva —como decía santo Tomás: el elemento primario y específico de la ley nueva es la gracia del Espíritu Santo que se nos da por medio de la fe en Cristo—. A través de los sacramentos, de la fe en ellos, el Espíritu nos hace participar al misterio pascual; lo hace activo en nuestra vida; obra la transfiguración de nuestra vida.

En la vida de Jesús, el Espíritu Santo, está en la obra de la Encarnación; al inicio de su misión en el Jordán; lo mueve al desierto; se manifiesta en la sabiduría de su palabra y en sus milagros; está en el origen del sacrificio de la Cruz y es principio de su resurrección. En el misterio de la vida humana de Jesús animada por el Espíritu se aclara su relación entre el Hijo y el Padre. El Espíritu prolonga en la existencia eterna de Jesús la relación de amor que el Hijo tiene con su Padre.

Para el hombre participar del Espíritu Santo significa participar de la relación que el Hijo tiene con el Padre.

2) Virtudes infusas: teologales y cardinales, dones del Espíritu.

La vida cristiana es una docilidad al Espíritu para vivir de los mismos sentimientos del Hijo con el Padre;. La presencia del Espíritu Santo en la vida moral del creyente se realiza mediante las virtudes teologales, dones creados que hacen presente el Don increado del Espíritu Santo; son el corazón de la vida moral cristina:

– La Fe: que nos hace conocer el misterio de Cristo, Hijo de Dios; que nos hace sus testigos y “que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (cfr. Rm 8,15).

– La Esperanza: en la bienaventuranza prometida que anima todo esfuerzo moral, y que purifica como Cristo es puro (1Jn 3,3).

– La Caridad: es el mandamiento nuevo que no anula la ley de la creación, la natural, sino que la cumple. Es la que interioriza y perfecciona la ley (cfr. Rm 13,10), que hace íntimo el amor al Padre y el amor al prójimo.

Este mismo Espíritu es el origen de las virtudes morales (cardinales) infusas: significan virtudes que son donadas por el Espíritu Santo y que hacen a los actos morales humanos, que no tienen a Dios inmediatamente como objeto, proporcionados a nuestro destino sobrenatural. Es la sobrenaturalización, por la caridad, de las virtudes humanas.

Los dones del Espíritu Santo (inteligencia, consejo, sabiduría, ciencia, piedad, fortaleza y temor de Dios): son las disposiciones habituales que nos permiten ser dóciles al Espíritu. Sin negar el nivel de una prudencia humana, los dones del Espíritu Santo nos abren a una medida sobrenatural con Dios. Pero como contamos solo con las primicias del Espíritu, tenemos necesidad de una ley exterior.

La madurez cristiana es ser conducido por el Espíritu (sin que este cancele la libertad del actuar), por medio de los dones del Espíritu Santo: En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.” (Jn 21,18).

Santo Tomás hace una triple distinción cuando comenta Rm 8,14: “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios”. Dice:

– Dice que los animales ‘aguntur’: son actuados, porque son guiados por sus instintos; no actúan, no son libres.

– Los hombres ‘agunt’: son libres; a través de su voluntad y razón dominan sus instintos y actúan; son patrones de sus acciones.

– Pero los hombres espirituales (poseídos por el Espíritu) “aguntur a Deo”: en ellos Dios actúa; son actuados por Dios sin contrariar al agunt; son animados, guiados por Dios de manera que no suprime su libertad.

c)” Para gloria de Dios Padre”.

Como Cristo, el Verbo que está siempre dirijido hacia el Padre (cfr. prólogo de San Juan), también los cristianos están orientados al Padre, en Cristo, por medio del Espíritu Santo. “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn 14,8).

La respuesta es: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Ver a Jesús es ver al Padre; siempre se dirige al Padre (prós tón Teón). Si el fin es el Padre, Jesús es la vía.

1) Creados “para la gloria de Dios”(cf VS 10).

El fin último de la moral cristiana es la glorificación de Dios. La motivación de Jesús es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34); y una persona que es obediente al Padre, en la vida humana (construyendo el Reino de Dios), habla siempre del Padre.

El hombre es creado para la gloria de Dios (Dei Filius, Ds 3002). La gloria de Dios es en la Biblia la manifestación de Dios invisible en una forma visible. En el AT tiene sus expresiones en las teofanías: en medio de llamas, en la tienda, en la nube luminosa, en el templo, en la creación, en la ley. En el NT se expresa la gloria de Dios en la existencia terrena de Jesús, pero sobre todo en la obediencia en la Cruz, gesto supremo de la obediencia, donde resplende la gloria del Padre.

Si la vida del cristiano es llamada a ser el reflejo de la gloria de Dios, comprendemos como es terrible el pecado, porque es la privasión libre del hombre de manifestar la gloria de Dios. Es destrucción del hombre mismo.

Por tanto, la redención será re-donar al hombre la capacidad de manifestar la gloria de Dios.

La teología de San Buenaventura, en “Los días de la creación”, habla de un doble momento en el cual la imagen es llamada a ser semejanza, habla de impresio y expresio de la imagen.

Impresio: Dios ha impreso su imagen en la creatura.

Expresio: Nuestras acciones deben expresar esa semejanza.

“Aquello que nosotros somos es el don de Dios que nos ha hecho, y aquello en que nos convertimos es el don que nosotros hacemos a Dios”(¿Laplace o Pascal?)

No es el hombre que glorifica a Dios, sino que es Dios quien se glorifica en el hombre; Dios que manifiesta su gloria en el hombre.

Toda la moral cristiana está en consentir la acción de Dios en nosotros para que sea glorificado. Decir que sí al Espíritu que en Cristo me ha orientado al Padre. Por eso la forma perfecta de libertad es la forma mariana, el “fiat”.

[JJRE1] 3. ANTROPOLOGíA TEOLOGICA.

a) El hoe creado en Cristo: orden de la creación y de la gracia. Cristo principio y fin, verdad del hombre.

Fuente: Card. Giaccomo Biffi, “Approcio en cristocentrismo”.

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