Concluye con un mensaje la XC Asamblea plenaria del CEM.

Concluye con un mensaje la XC Asamblea plenaria del CEM.

Episcopado mexicano.
Mensaje de los Obispos al Pueblo de México en su XC Asamblea Plenaria

Escrito por CEM
Jueves, 11 de Noviembre de 2010 13:43

“Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,19)
“Que cada uno se fije cómo va construyendo” (l Cor 3,1 O)


Los obispos de la Iglesia Católica que peregrina en México saludamos a los fieles católicos y a todas las personas de buena voluntad que esperan de la Iglesia una palabra y una presencia que alimente la esperanza. Deseamos que Cristo les acompañe en su caminar de cada día y los transforme en comprometidos constructores de la reconciliación y de la paz.
Nos hemos reunido en Asamblea Plenaria para compartir las variadas experiencias de la Misión Continental permanente en nuestras diócesis y descubrir los caminos del Espíritu para dinamizarla en sus procesos y estrategias. Hemos vivido esta Asamblea en un ambiente de encuentro orante, reflexivo, fraterno y de serena esperanza. Cada vez que nos reunimos, revivimos la experiencia de los Apóstoles cuando, venidos de todas las iglesias, buscaban juntos respuestas que exigían los retos nuevos de la misión que su Señor les había encomendado. Al igual que ellos, nuestro principal motivo es anunciar, celebrar y vivir el estilo de Jesucristo, muerto y resucitado, en las actuales y retadoras circunstancias de nuestro tiempo.
El año 2010, en ocasión del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución, nos ha dado la oportunidad de repensar la definición de nuestra identidad y el compromiso permanente de ser libres y justos, en una sociedad que vive una profunda crisis cultural que cimbra sus cimientos y pone en cuestión su futuro. Así lo hemos expresado en la carta “Conmemorar nuestra historia desde la Fe para comprometernos hoy en nuestra Patria” y en la exhortación “Que en Cristo nuestra Paz México tenga vida digna”. Seguimos afirmando nuestro compromiso de ser servidores de la reconciliación y de la paz.
En esta Asamblea nos hemos preguntado qué desafíos piden, de nuestra parte, una palabra iluminadora y una presencia comprometida. Hemos reflexionado sobre la necesidad de que el Evangelio incida en la nueva cultura, caracterizada por la reducción del ser humano a objeto de consumo y la ausencia de aspiraciones humanizadoras y trascendentes. Con la confianza puesta en el Señor de la historia, nos comprometemos a asumir los desafíos pastorales de la nueva cultura.

Como los apóstoles, que fueron requeridos a dar soluciones rápidas y eficientes ante problemas de su tiempo, nosotros, sus sucesores, seguimos proclamando a Jesucristo, vivo en su Iglesia por la palabra, los sacramentos y la caridad. Él es nuestro tesoro y la razón de ser de nuestra misión. Jesús es el camino que nos permite descubrir la verdad sobre el hombre y su futuro. Donde se planta bien el Evangelio nace el hombre nuevo capaz de edificar una nueva sociedad.
La primera invitación que Jesús hace a toda persona que ha vivido el encuentro con Él, es la de ser su discípulo, seguirlo y formar parte activa, comprometida y corresponsable en su comunidad (cf. Jn 1,39). Como dice la Iglesia en Aparecida, en su mensaje final: “¡Nuestra mayor alegría es ser discípulos suyos! Él nos llama a cada uno por nuestro nombre, conociendo a fondo nuestra historia (cf. Jn 10,3), para convivir con Él y enviamos a continuar su misión (cf. Mc 3,14-15)”.

La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con mayor fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias (cf. DA, 11). Ante los nuevos retos, retomamos el llamado a ser misioneros de la esperanza, iluminados por la fuerza del Espíritu Santo en un nuevo Pentecostés, que nos da confianza y seguridad para vencer los miedos, temores y dificultades de nuestro tiempo. Asumimos con renovado entusiasmo ser discípulos misioneros, viviendo y compartiendo el tesoro más preciado que es Cristo y. su buena nueva de salvación. De igual modo, reafirmamos el compromiso de ser animadores de los procesos y estrategias de la misión permanente para que sea efectiva en cada una de las diócesis de nuestro país.
Les invitamos a vivir este tiempo de la Iglesia como tiempo del Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Fijemos nuestra mirada en Jesucristo y reafirmémonos como discípulos y misioneros del amor de Cristo en estos tiempos, también de grandes oportunidades, para evangelizar la cultura emergente. Dejémonos atraer con renovado asombro por el Dios revelado por Jesucristo. Nuestro testimonio más valioso es la fe que tenemos en Dios amor. Que esta fe- amor-esperanza se refleje en cada bautizado, en el modo de ser Iglesia en el mundo y en la renovación de las estructuras pastorales.

En la Iglesia de Jesús, todos somos responsables de la misión que se nos ha encomendado y cada uno participamos en ella con diferentes ministerios, carismas y servicios. Por ello, invitamos a nuestros sacerdotes, vida consagrada y laicos a ser corresponsables en la tarea de fortalecer los procesos de una Iglesia en estado de misión permanente. Con el testimonio de la unidad animaremos a nuestras comunidades a asumir el discipulado misionero y a ser coherentes en la vida personal, familiar y social.
Los obispos estamos comprometidos a ser artífices de la comunión, viviéndola con nuestro presbiterio y nuestro pueblo. Todos somos requeridos a superar una pastoral basada en la repetición de acciones y en la improvisación; a implementar una pastoral creativa y audaz; a organizar las prioridades de nuestras diócesis y a cultivar una espiritualidad profética y de comunión. Es necesario, para ello, formamos como discípulos y formar a todo el Pueblo de Dios para cumplir con responsabilidad y audacia estas tareas.
Que santa María de Guadalupe., modelo de discípula misionera de los tiempos nuevos, nos guíe y acompañe con su testimonio de fidelidad y servicio.

Por los Obispos de México

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