San Pío X , “El príncipe de la Iglesia”

San Pío X , “El príncipe de la Iglesia”

San Pío X
“El príncipe de la Iglesia”

Papa-Pio-X-generoso
Pero si bajo la purpura del sacro Principado de la Iglesia a él conferida, no como un honor a la Iglesia de San Marcos, sino como un merecido premio a su eminentes virtudes y a sus méritos insignes, latía el corazón sencillo del humilde hijo del cartero de Riese, nadie hubiera podido sorprender nunca en él la más pequeña mengua, la menor disminución en la alta dignidad de que le había investido la Iglesia.

Era la dignidad en persona.

El ministro francés de Instrucción Pública, señor Chaumié, después de haberle visto y observado, el 25 de abril de 1903, en Venecia, junto al conde de Turin, en la colocación de la primera piedra del nuevo campanario, hablaba de él la siguiente manera:
“Es un hombre de gran atractivo personal y de esplendida presencia: rostro abierto, líneas decididas, pero dulcificadas por sus ojos, en los que brilla una luz de perene juventud. Ninguna ostentación y ningún servilismo. Sus maneras con el conde de Turín han sido perfectas: las de un hombre plenamente dueño de sí mismo.”

Juicio de un viajero –como escribía el académico de Francia, Renato Bazin- pero confirma un juicio universal.

El futuro Pío X era un hombre de perfecta dignidad, porque poseía la dignidad que proviene de las luces de la santidad.

Ya lo sabían los venecianos, quienes –testigos de la vida de su patriarca- no ignorando que vivía continuamente en una atmosfera sobrenatural, lo veneraban como a un santo.

Por eso no debemos extrañarnos si todos los que están en contacto con su trabajo quedasen maravillados de su dirección y de su amplitud de su pensamiento, de la sobrenaturalidad de las intuiciones de su mente, como de la precisión de juicio que en las relaciones civiles y sociales le confería una dignidad y una autoridad a la que era imposible no inclinarse, cualidades a las que se unían todos los recursos que forman un perfecto hombre de gobierno y un cumplido diplomático: una inteligencia perspicacísima, un conocimiento perfecto de los hombres y de las cosas y una actividad insuperable.

“Mientras le hablabais –escribía el senador Felipe Crispolti –os miraba firmemente con sus ojos penetrantes que iluminaban su frente bellísima. Os miraba a fondo; os respondía con cauta oportunidad, demostrando en seguida una percepción rápida y una gran intuición no tanto del hombre en general, sino de cada hombre en particular, de quién debía valerse o de quien debía guardarse. Tenía un espíritu practico y positivo aún en política, si la conversación recaía sobre ello, y una maravillosa rapidez de decisión.”

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