San Pío X,  El cardenal Secretario de Estado

San Pío X, El cardenal Secretario de Estado

San Pío X

El cardenal Secretario de estado

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La tarde mima de la memorable jornada, aquella en la cual el patriarca de Venecia era exaltado a la cima de los honores de  la Iglesia, se le presentaba el secretario del Cónclave Mons. Merry del Val, para decirle:

Padre santo, mis funciones de secretario del Cónclave han terminado u, antes de volver a mi querida Academia de los Nobles Eclesiásticos, pido vuestra paternal bendición.

 

Pío X lo contempló dulcemente y, en un tono casi de paternal reproche, le respondió:

¡Cómo Monseñor! ¿Quiere usted abandonarme? ¡No, no!… quédese conmigo. No he decidido nada aún; no sé qué haré. Por ahora no tengo a nadie: no se marche. Después ya veremos. Hágame esta caridad.

 

Mons. Merry del Val, profundamente conmovido, replicó sumisamente:

No, Padre santo. No es que yo quiera abandonar a Vuestra Santidad, pero mis obligaciones han terminado. El secretario de Estado que Vuestra Santidad nombrará, ocupará mi lugar y continuará encargándose de los asuntos de la Iglesia.

 

Tome usted de nuevo estos papeles –añadió el Papa- y le ruego que continúe en sus funciones como pro-secretario de Estado hasta que tome una decisión. ¡Hágame esta caridad!

 

¿Cómo no doblegarse al deseo  del Vicario de Cristo que pedía por caridad que no le dejaran solo en un momento en el cual tenía necesidad de la ayuda de un prelado experto en el despacho de asuntos nuevos aún para él?

 

Mons. Merry del Val no resistió a la insistente súplica del Papa: “Quédese conmigo. ¡Hágame esta caridad!” y se quedó con aquel Papa que ya se le aparecía como aureolado de santidad.

 

Pocos días después, Pío X enviaba una gran  fotografía suya –la primera como Papa- con una dedicatoria muy afectuosa en la cual le llamaba “Nuestro pro-secretario de Estado”.

 

A las miradas expertas y escrutadoras del nuevo Papa fueron necesarios pocos días para conocer a Mons. Merry del Val, y, demostrando poseer una de las primeras cualidades del soberano, que es la de conocer a los hombres y de saber elegir a sus ministros, le designaba, tres meses después, secretario de Estado, nombrándolo, además, cardenal con el título de San Práxedes (18 de octubre – 9 de noviembre de 1903)

 

Para elevar de golpe a un prelado tan joven a tan elevado cargo – así decía uno de los más ilustres académicos de Francia –se necesitaba audacia- y Pío X la tuvo,  porque había reconocido en Mons. Merry del Val – como él mismo llegó a decir en el primer Consistorio del 9 de noviembre de 1903- un carácter extraordinario y una extraordinaria habilidad en los asuntos de la Iglesia, acompañados de un vivísimo espíritu sacerdotal, superior a todo interés humano.

 

El nombramiento como secretario de Estado de la Santa Sede de un prelado de tan solo 38 años- ejemplo rarísimo en la historia de la Iglesia- y, además, “no italiano”, sorprendió a no pocos prelados y cardenales. Pero su sorpresa hubo de terminar rápidamente cuando, en la misma tarde del nombramiento, supieron que Pío X había dicho a su prelado de la Corte:

He nombrado secretario de estado a Mons. Merry del Val, porque he querido elegir a una persona que por su piedad y su espíritu sacerdotal sucediera dignamente al Emmo. Cardenal Rampolla.

 

Y debían cesar más terminantemente aún los rumores de sorpresa cuando, pocos días después, se supo que Pío X había respondido a un Emmo. Cardenal extranjero con estas palabras textuales:

Lo he elegido a él porque es un poliglota. Nacido en Inglaterra, educado en Bélgica, español de nacionalidad, habiendo vivido largo tiempo en Italia, hijo de un diplomático y diplomático él también, conoce los problemas de todos los países. Es muy  modesto, es un santo. Viene aquí todas las mañanas y me informa de todas las cuestiones del mundo. Jamás tengo que hacerle una observación. Y, además –y esto es lo más importante- no tiene compromisos.

 

Juicio sintético que, sin reticencias ni reservas mentales, evidenciaba sin lugar a dudas quien era el secretario de estado que el nuevo Papa había llamado a su lado y al cual, poco antes, para inducirle a aceptar el alto y arduo cargo que el joven prelado rehusaba, con voz casi profética había dicho:

¡Es la Voluntad de Dios! Trabajaremos juntos y sufriremos juntos por el amor y por el honor de la Iglesia.

 

Trabajaremos y sufriremos: ¡EL programa del Divino Maestro a sus discípulos!

 

El joven Monseñor inclinó dócilmente la cabeza ante la voluntad del nuevo Papa, como ante la misma voluntad de Dios, y, desde aquel día y desde aquella hora, no se separó ya más del lado de aquel Pontífice que había tomado sobre si la formidable tarea de restaurar todas las cosas en Cristo.

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