MARTIRIO, MÁRTIR , CONTEXTO Y GENERALIDADES.

MARTIRIO, MÁRTIR , CONTEXTO Y GENERALIDADES.

Nos complece en recrear la vida de estos mártires que dan testimonio del amor que le tienen a Cristo Jesús, pues hoy en la actualidad todavía hay hombres y mujeres que con su vida ofrecida  nos muestran a nuestra Iglesia el amor hacía un Cristo resucitado.

MARTIRIO, MÁRTIR , CONTEXTO Y GENERALIDADES.

El mártir es un signo del amor más grande, un testigo que se ha puesto en el seguimiento de Cristo hasta el don de la vida para atestiguar la verdad del Evangelio, mártir es una palabra griega que significa “testigo”, una de las más bellas páginas de la epopeya de los cristianos, ésta escrita con la sangre de los mártires.

Dentro de esta definición es posible reconocer algunos aspectos esenciales que constituyen y determinan la visión cristiana del martirio. Se pueden sintetizar de esta manera:

a)  La perspectiva cristológica: el mártir sigue el ejemplo de Cristo, que dio la vida por sus hermanos como signo del amor más grande;

b) La dimensión eclesial: sin la Iglesia no hay martirio:

si existen mártires, es porque participan totalmente de

la naturaleza de la Iglesia, que lleva en sí misma

impresa la forma Christi;

c)  El don de la vida como prueba absoluta y radical de un amor que sabe darse a todos en virtud de una convicción que es fe;

d) la verdad del Evangelio: el mártir no muere por él mismo, sino porque quiere atestiguar, delante de quien lo persigue, la fe que tiene en el resucitado como verdad última del sentido de su existencia.

En los diversos momentos históricos ha habido diferentes  comprensiones del martirio, martirio es una palabra griega que significa “testimonio”; una síntesis que recoge las tradiciones pasadas y abre nuevas perspectivas es la que nos ofrece el n. 42 de la Constitución Lumen gentium, donde se dice: “Así como Jesús, Hijo de Dios, manifestó su caridad ofreciendo su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el que ofrece la vida por- él y por sus hermanos. Pues bien, ya desde los primeros tiempos algunos cristianos se vieron llamados, y lo serán siempre, a dar este máximo testimonio de amor delante de todos, principalmente delante de los perseguidores. El martirio, por consiguiente, con que el discípulo llega a hacerse semejante al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, asemejándose a él en el derramamiento de su sangre, es considerado por la Iglesia como el supremo don y la prueba mayor de la caridad. Y si ese don se da a pocos, es menester que todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres l a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (cf también LG 50; GS 20; AG 24; DH 1 1.14).

El concepto de martirio, en la acepción que hoy se le da, surge alrededor del año 155 d.C. y lo vemos atestiguado en el Martyrium Policat.pi: ” Policarpo, que fue él duodécimo en sufrir el martirio en Esmirna, con los de Filadelfia, no sólo fue un insigne maestro, sino también un mártir excelso, cuyo martirio todos anhelan imitar, ya que ocurrió a semejanza de Cristo, como nos lo narra el Evangelio» ( 19,1). A partir de aquel momento, se comprende al mártir como aquel que da la vida por la verdad del Evangelio; hasta entonces todos eran llamados simplemente testigos (martyres): incluso en el caso de Esteban (Hch 7), no se le llama “mártir» porque le quitaran la vida, sino porque con su obra de evangelización era un testigo. Comienza entonces a hacerse una distinción importante entre mártires y confesores; un texto de Orígenes arroja mucha luz sobre esta cuestión: “Todo el que atestigua de la verdad, tanto con las palabras como con los hechos o trabajando de cualquier modo por ella, puede llamarse justamente “testigo” Pero el nombre de “testigos” en sentido propio, la comunidad de hermanos impresionados por la fortaleza de ánimo de los que lucharon por la verdad o por la virtud hasta la muerte ha tomado la costumbre de atribuírselo a los que han dado testimonio del misterio de la verdadera religión con el derramamiento de sangre» (Jn. 11, 2-10).

Una teología del martirio encuentra fácilmente datos abundantes dentro del Antiguo y del Nuevo Testamento, La suerte de los profetas, las vicisitudes del pueblo que sufre injustamente por su fe en Yahveh, y sobre todo el texto de 2 Mc 6,12-30, pueden leerse en la perspectiva del martirio; en efecto, se trata de personas inocentes que son entregadas a la muerte por su fidelidad a la Torá. El Nuevo Testamento, como es lógico, está dominado por la figura de Cristo que da su vida por amor: su pasión y su muerte se convierten en clave hermenéutica para comprender los sufrimientos de los discípulos y la misma muerte que tendrán que sufrir por su nombre (Mc 8,34; Mt 16.24).

Así pues, el martirio es un testimonio; como tal, es un lenguaje expresivo y performativo, capaz de erigirse en una de las formas más altas de la comunicación interpersonal. Con el martirio no sólo se atestigua que uno está dispuesto a dar su vida por la verdad del Evangelio, sino sobre todo que, a través de su aceptación, está en disposición de expresar un signo de amor, el amor más grande, va que incluye el perdón al perseguidor y al asesino.

Con el martirio se demuestra que, incluso ante la muerte, cada uno es libre de dar el sentido más profundo a su propia existencia; en efecto, el mártir es capaz de relativizar la misma muerte, puesto ante del don de la vida que ve realizarse en el acto de entregarse al verdugo.

La Iglesia, antes de ser una comunidad en la que están presentes los mártires, es ella misma “mártir» en sentido pleno; sólo con esta condición puede acoger en sí a los mártires. En efecto, son ellos los que le garantizan que siga creyendo y transmitiendo ininterrumpidamente el Evangelio y la fe a lo largo de los siglos. El martirio es el único criterio verdadero del carácter genuino de la fe; por esto, ningún creyente que tome en serio su fe puede dejar de pensar que el martirio está en la perspectiva de su futuro.

R. Fisichella

Bibl.: R, Fisichella, Martirio, en DTF, 858, en NDE, 869-880; 871; S. Spinsanti, Mártir H. U. von Balthasar, Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca 1988; K. Rahner Sentido teológico de la muerte, Herder Barcelona 1965, 88-128; AA. VV , La Iglesia martirial interpela nuestra animación misionera, Burgos 1988; P. Allard, El martirio, FAX, Madrid 1943.

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