Homilía para el Domingo Mundial de las Misiones:Por Ramón Castro Castro XIII Obispo de Campeche

Homilía para el Domingo Mundial de las Misiones:Por Ramón Castro Castro XIII Obispo de Campeche

Homilía para el Domingo Mundial de las Misiones

Entrañables amigos y hermanos: Se ha vuelto algo común en nuestros días dedicar un día del año a recordar, agradecer o promover a quienes de una u otra forma contribuyen al bien de la sociedad, o a quienes por su papel en las instituciones son considerados fuentes de valores, o a conmemorar un anhelo general; así, celebramos el día del albañil, de la secretaria, del maestro; del niño, de la madre, del adulto mayor, del papá; de la paz, de la salud o contra el hambre, entre una gran lista de días. Hoy en la Iglesia celebramos el Domingo Mundial de las Misiones como una oportunidad para celebrar nuestra identidad misionera y para comprometernos en la tarea que como bautizados hemos recibido de Jesucristo. ¡Ánimo!

Del Evangelio según san Mateo 28, 16-20:

«En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”». Palabra del Señor.

INTRODUCCIÓN

Si nos limitáramos a celebrar y recordar sólo una vez al año que la Iglesia es esencialmente misionera correríamos el grave peligro de olvidar el compromiso y la tarea que el Señor nos encomendó. Sin embargo, es bueno un día como éste para renovar nuestra conciencia e impulsar el ardor misionero en todas las comunidades cristianas, a fin de ser fieles al deseo de Cristo. La visión de una Iglesia encerrada en sus estrechas paredes y tenida como dueña de la salvación eterna ha sido afortunadamente superada. Escudriñando la Palabra de Dios aparece claro Su plan de salvación para todos los pueblos de la tierra. Es proyecto divino colmar al hombre de alegría, de plenitud, de santidad en su monte santo, en su presencia. El templo del que habla el profeta Isaías y que es casa de oración para todos es el mismo templo anunciado por Jesucristo a la samaritana, aquel donde se adora a Dios en espíritu y en verdad.

Con esta conciencia descubrimos a nuestra madre Iglesia como un instrumento de salvación y como una escuela de discípulos que tienen el deber de evangelizar. San Pablo en la segunda lectura manifiesta tal convicción cuando se reconoce pregonero y apóstol para enseñar la fe y la verdad y señala un medio eficaz de evangelización: la oración.

Con este medio y con los demás recursos que están a nuestro alcance debemos como cristianos asumir nuestra misión y ser colaboradores del querer de Dios, que no es otro sino que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad.

1. ALGUNOS TITUBEABAN

El breve trozo del Evangelio de hoy nos sitúa luego de la resurrección del Señor en Galilea, donde Mateo da inicio al ministerio de Jesús después de las tentaciones en el desierto, con el llamado de los doce. Subir al monte nos refiere a entrar en contacto con Dios, puesto que todo lugar elevado en la Biblia significa una presencia más cercana del hombre con su Creador.

El evangelista se toma la molestia de anotar que al ver a Jesús hay discípulos que titubean, que dudan. Muchos pueden ser los motivos de esta actitud, quizás la incredulidad al ver al Resucitado, o el temor de lo sagrado, o el miedo al compromiso.

Lo cierto es que el texto retrata a la perfección la actitud de muchos discípulos a lo largo de la historia, tal vez hasta nosotros nos veamos reflejados. Resulta que ante el encuentro personal con Jesús se abren dos posibilidades: o nos apasionamos y nos volcamos en su seguimiento, o nos escondemos y titubeamos por la cobardía a la responsabilidad.

Sucede que cuando hablamos de la misión de la Iglesia, de la tarea que Cristo le encargó, de su deber en el mundo nos llega la tentación de lavarnos la manos y señalar como únicos responsables a esos cuantos hombres y mujeres que, dejando todo, se lanzan a lugares remotos para anunciar el Evangelio.

La cita de Jesús con sus discípulos en Galilea nos invita también a nosotros a volver al inicio de nuestra vida cristiana, el comienzo de nuestra aventura en el seguimiento del Maestro, es decir, a nuestro bautismo donde se hunden las raíces de nuestra identidad y quehacer como miembros de la Iglesia.

Tenemos que decirlo, aunque pueda ser incómodo. Somos muchos los que titubeamos, los que rehuimos nuestra obligación bautismal, los que nos hemos acomodado a una vida sin sacrificios y sin entregas, los que dejamos solo en su misión al Redentor, los incoherentes entre su fe y su vida. ¡Qué triste es ver tantos bautizados y tan pocos misioneros!

Lo bueno es que el Señor conoce el corazón del hombre y sabe de nuestras dudas y resistencia, de nuestras cobardías y temores. Por eso mismo nos dirige las mismas palabras que a los once: yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Estar convencidos de esto debería ser suficiente para lanzarnos a vivir nuestra fe, a comprometernos con la misión de la Iglesia, saber que no estamos solos y que ésta es su obra, no la nuestra. Vienen a ser realmente motivantes y urgentes las palabras del Papa para esta ocasión, a propósito de aquello que nos toca poner de nuestra parte, seguros de que Dios cumple siempre con sus promesas. Dice el Papa que el mandato misionero…no puede realizarse de manera creíble sin una profunda conversión personal, comunitaria y pastoral. Si la Iglesia no está realizando con eficacia su misión no es culpa de Dios sino de nuestra falta de conversión profunda de cada uno, como comunidad cristiana y de los métodos de evangelización. Ojalá que su presencia constante y fiel nos impulse en nuestra vida de fe.

2. VAYAN Y ENSEÑEN A TODAS LAS NACIONES

El mandato misionero parte de la razón de que Jesús ostenta un poder por encima de cualquiera, en el cielo y en la tierra. El orden del envío es en la siguiente manera: Ir, enseñar, bautizar, cumplir. Mis queridos hermanos, sigue resonando también para nosotros la misma disposición. Es preciso ir, no importa la distancia, no dice el Señor cuánto hay que caminar, tal vez sólo sean unos metros, o unos cuantos pasos o miles de kilómetros; quizás a donde nos manda ir es a nuestro hogar, o a la escuela o al lugar de trabajo, a la comunidad a la que pertenecemos o a nuestro grupo de amigos. Debemos ir con la conciencia de que el envío no es iniciativa nuestra, sino de Cristo el Señor.

Enseñar, sería el paso siguiente. Se dice que no se puede amar aquello que no se conoce, y tiene mucha verdad. Hay que mostrar a Jesús; las nuevas generaciones desconocen a Cristo porque no han tenido un encuentro personal con Él, has pasado a ser sólo un personaje de los libros de historia. Al respecto de esto, dice el Papa que en una sociedad multiétnica que cada vez experimenta más formas de soledad y de indiferencia alarmantes, se torna urgencia ayudar a otros a través de nuestro testimonio a encontrar a Dios. Un gran mal de nuestro tiempo y de nuestra pastoral tal vez, sea que damos por supuesto que los fieles que asisten a misa ya conocen a Jesucristo, como olvidando que la verdadera conversión a la fe no es fruto de una doctrina sino del encuentro con una persona y es doloroso darse cuenta de la fe de muchos construida sobre arena, sin cimientos, sin compromiso de vida.

Luego del conocimiento, del enamorarse y apasionarse por Cristo y su Buena Nueva viene necesariamente el abrazo de la fe, el bautismo que nos constituye Iglesia, que nos consagra como seguidores y misioneros de la obra de Jesús. Revivir la gracia recibida en el bautismo nos vincula estrechamente a la tarea que recibieron los once de extender el Evangelio hasta los últimos rincones de la tierra. Conviene pensar en nuestro propio bautismo y decidirnos de una buena vez a ser lo que realmente somos: hijos de Dios.

Por último, la concreción de lo que se profesa a la hora de la vida, en cada modo de conducirnos, en cada obra que realizamos. No basta con decir que Jesús es el Señor, ni pregonar con los labios nuestra fe si no se refleja nítidamente en nuestro testimonio. Cumplir lo que Él nos ha mandado es vivir y hacer lo mismo que hizo Él.

Para ilustrar de alguna manera la coherencia que exige nuestra vida de cristianos, permítanme queridísimos amigos contar una anécdota. Se dice que un soberbio explorador rodeado de sus colegas que visitaban una tribu de humildes habitantes se quiso lucir y hacer gala de sus conocimientos a costa de ridiculizar a un hombre del clan preguntándole que era para él la coherencia. Dicen que el indio tomó una flecha y la puso frente a sí apuntando al cielo y respondió: es cuando lo que traigo en el corazón, lo que hago con mis manos, lo que sale de mi boca y lo que está en mi pensamiento van en una misma dirección. Sorprendido el explorador guardó silencio y reverenció la sabiduría que da la vida. Esto para poder decirles que para no caer en falsedad e hipocresía a la hora de llamarnos cristianos, nuestras obras, pensamientos, palabras y sentimientos deben ser los mismo de Cristo y su misión, la nuestra propia: que todos se salven y conozcan el amor de Dios por la humanidad.

3. DISCÍPULOS Y MISIONEROS

La V Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica y el Caribe, realizada en Aparecida, Brasil, ha sido para la Iglesia peregrina en este Continente un auténtico kairós, un tiempo de gracia y un fuerte impulso a la renovación de la Iglesia.

Partimos de la conciencia de una realidad que sobrepasa nuestros esfuerzos de hasta ahora, de un nuevo orden social, cultural, político, económico que precisa de una respuesta pronta y efectiva de parte de la Iglesia, de unas estructuras anquilosadas que necesitan conversión y renovación con los vientos siempre nuevos y frescos del Espíritu. Como desafío central y como ideal de toda la acción eclesial aparece el hacer de cada bautizado un verdadero discípulo y misionero de Jesucristo, a fin de saciarnos de la vida en abundancia que Él nos trae.

Los Obispos de México, en sintonía con la Iglesia latinoamericana, nos hemos lanzado a la aventura de la gran misión permanente. Confiamos en que los laicos comprometidos, que los hay y tenemos que reconocer, hagan propio este proyecto y contagiando a otros sean hombres y mujeres de Iglesia en el corazón del mundo y hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia. El reto de verdaderos discípulos misioneros al servicio de la vida plena, de la extensión del Reino, la promoción de la dignidad humana, la defensa de la familia, el rescate de la identidad y cultura de nuestros pueblos puede quedarse en un hermoso texto, en bellísimas palabras si antes no nos dejamos interpelar por la realidad, si no nos sentimos llamados a ser alegres discípulos misioneros, si no aspiramos a la santidad, si no estamos en comunión con toda la Iglesia y si no nos formamos para ser mejores instrumentos y más eficaces colaboradores en el plan de Dios y en la misión de la Iglesia.

Quiero aprovechar la ocasión del DOMUND para animar a mi amada Diócesis de Campeche, que conoce en carne propia la pena profunda y la tristeza de no tener suficientes pastores para todas las comunidades sedientas de Evangelio, a ser siempre generosa, y desde su pobreza compartir con otras Iglesias más jóvenes o más necesitadas. Hay una frase que sirve para movernos a la generosidad: nadie es tan rico que no pueda necesitar nada, ni nadie es tan pobre que no pueda dar nada.

Esposa mía, Diócesis de Campeche, pastores y fieles, sea esta la oportunidad de tomar en serio nuestro papel en la Iglesia, de comprometernos con la misión de ir, de enseñar, de bautizar y de ayudar a vivir el Evangelio, de comprometernos con el proyecto de pastoral diocesana, con la misión permanente en cada comunidad. La misión de Cristo es la misión de cada uno de nosotros, de modo que o vamos o ayudamos a que otros vayan a pregonar lejos el único nombre que tiene el poder de salvar: Jesús. Aunada a nuestra oración, sea generosa nuestra ayuda material y humana para continuar la obra de Cristo y para que nuestros pueblos en Él tengan vida.

4. MENSAJE DEL PAPA

Quiero por último, como luces que puedan iluminar y ayudar a vivir esta fiesta misionera, recordar algunas ideas que nos regala el Santo Padre en su mensaje con motivo de esta Jornada Mundial de las Misiones 2010: Sólo a partir del encuentro con el Amor de Dios, que cambia la existencia, podemos vivir en comunión con Él y entre nosotros, y ofrecer a los hermanos un testimonio creíble, dando razón de la esperanza que está en nosotros (cfr. 1Pe 3, 15). Una fe adulta, capaz de abandonarse totalmente a Dios con actitud filial, alimentada por la oración, la meditación de la Palabra de Dios y por el estudio de las verdades de la fe, es la condición para poder promover un nuevo humanismo, fundado en el Evangelio de Jesús.

Nos recuerda cómo el empeño y la tarea del anuncio evangélico le corresponda a la Iglesia entera, «misionera por su naturaleza» (Ad gentes, 2), y nos invita a hacernos promotores de la novedad de vida, hecha de relaciones auténticas, en comunidades fundadas en el Evangelio.

Como los peregrinos griegos de hace dos mil años, también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes no sólo que “hablen” de Jesús, sino que “hagan ver” a Jesús, hagan resplandecer el Rostro del Redentor en cada ángulo de la tierra ante las generaciones del nuevo milenio, y especialmente ante los jóvenes de cada continente, destinatarios privilegiados y protagonistas del anuncio evangélico.

De hecho, la conciencia de la llamada a anunciar el Evangelio apremia no sólo a cada fiel, sino a todas las Comunidades diocesanas y parroquiales a una renovación integral, y a abrirse cada vez más a la cooperación misionera entre las Iglesias, para promover el anuncio del Evangelio en el corazón de cada persona, de cada pueblo, cultura, raza, nacionalidad, y en todas las latitudes.

La comunión eclesial nace del encuentro con el Hijo de Dios, Jesucristo, que, en el anuncio de la Iglesia, alcanza a los hombres y crea comunión con Él mismo y, consiguientemente, con el Padre y el Espíritu Santo (cfr. 1Jn 1, 3).

Queridos hermanos, en esta Jornada Misionera Mundial en la que la mirada del corazón se dilata sobre los inmensos espacios de la misión, sintámonos todos protagonistas del empeño de la Iglesia por anunciar el Evangelio. Por ello, renuevo a todos la invitación a la oración y, a pesar de las dificultades económicas, al empeño de la ayuda fraterna y concreta para sostener a las jóvenes Iglesias.

Que la voz del Pastor Universal de la Iglesia Católica nos inspire el entusiasmo necesario para vivir como genuinos misioneros desde donde nos ha tocado colaborar en el proyecto salvífico, puesto que donde hemos sido plantados es preciso florecer y dar frutos.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Amigos y hermanos, que la vivencia anual del Domingo Mundial de las Misiones nos mueva a todos al sincero compromiso con la fe que hemos recibido y se traduzca en el esfuerzo constate de vivir y dar testimonio del amor del Resucitado y la vida nueva que Él nos da, pues también se dirigen a nosotros sus palabras “Vayan y enseñen a todas la naciones y bautícenlas en el nombre del Dios Trino y Uno”. Mi gratitud para todos los agentes de pastoral, sacerdotes y laicos, que han aceptado la invitación y el reto de entregar sus esfuerzos para la extensión del Reino en esta porción de la Iglesia que peregrina en Campeche. Mi deseo para todos ustedes, con grande esperanza y confianza, que seamos discípulos y misioneros en este día y todos los días de nuestra vida. ¡Ánimo!

¡Ánimo!

+ Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche

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