La Santa Misa I

La Santa Misa I

La Santa Misa I

 

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Ya desde su origen la Misa conserva el recuerdo exacto de la última Cena en que, pocas horas antes de padecer y de morir, Jesús consagró el pan y el vino convirtiéndolos en Su Carne y en Su sangre, y añadiendo: “Haced esto en memoria mía”. Estas misteriosas palabras, esta transubstanciación de dos humildes especies salidas de los frutos de la tierra en realidades sobrenaturales, tenía evidentemente un doble significado. La Muerte de Cristo, su oblación voluntaria, eran anunciadas, en aquel acto, antes de que los enemigos de Jesús fuesen los agentes de su sacrificio; “Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis este cáliz, dijo san Pablo, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga” (I Cor 11, 26) y al mismo tiempo que ofrecía a los suyos el pan y el vino inefablemente cambiados, les hacía participes de un banquete muy distinto del de la cena; del banquete de la vida eterna. La Misa es, pues, una conmemoración por tres razones: reproduce los gestos y las palabras empleadas en la Cena para la consagración; es el recuerdo vivo, pletórico de sentido trágico del sacrificio del Calvario; constituye un banquete al que están invitados todos y cada uno de los bautizados.

 

El núcleo histórico de la Misa, se halla, pues, en la reproducción de la Cena, en los gestos y enseñanzas por Cristo cuya significación inefable sabía descubrir la fe de los primeros fieles.

 

Cabe imaginarse, así, la primera Misa, la que debieron celebrar los Apóstoles al día siguiente a la Ascensión o de Pentecostés: muy sencilla, reducida a la exacta reproducción de lo que se les había enseñado. A través de los tiempos apostólicos la Misa debió conservar, en una de sus misiones, la “fracción del pan” dentro de una modesta estancia situada en el tercer piso de una casa, rodeado de una apretujada multitud de fieles (Hechos de los Apóstoles, 20,7,11) esta cena misteriosa no se diferenciaba del ágape, en el que cada comunidad primitiva reunía a los suyos, para mantener vivo en ellos el rescoldo de la fraternidad en el Señor.

 

Veinte siglos han pasado, y la misa no ha conservado esta austera desnudez. Nuevos elementos han sido añadiéndose a los ritos fundamentales provenientes del Evangelio. Los más esenciales provienen directamente del servicio divino según la Ley de Israel; ¿no eran los Apóstoles los hijos de Moisés? ¿No tenían en cuenta que, al consagrar o propagar la revelación de Cristo, debían manifestarse más fieles a los santos preceptos? En las sinagogas judías –Los Evangelios y el Libro de los Hechos son testimonio de ello- el servicio divino comprendía dos partes: la plegaria y la enseñanza: se cantaban o salmodiaban unas oraciones bíblicas, principalmente algunos de los admirables Salmos en que el fervor del hombre se expresa de forma inigualable; se escuchaba la lectura de pasajes de los libros Santos, señaladamente de la Ley y de los Profetas. Los cristianos conservaron tales usos, y aún después de haberse desligado de las observancias judaicas, los acomodaron a su ritual; las oraciones del principio de la Misa, las lecturas de la Epístola y del Evangelio, provienen directamente de tales usanzas.

 

Hacia finales del siglo III, la Misa era ya, en sus líneas generales, tal como nosotros la conocemos; a través de los siglos una que otra parte ha sido reducida o ampliada; más el plan general de la ceremonia ha conservado idéntica estructura.

 

 

 

Introîbo ad altare dei

 

He aquí el umbral de la Misa: introîbo, me acercaré al altar de Dios: estas primeras oraciones son de acercamiento y de preparación. En nuestros días, el sacerdote las recita desde la primera grada del altar; antiguamente lo hacía al salir de la sacristía, en oración intima, y por tal motivo conserva aún cierto carácter privado. En la historia de la Misa, son relativamente recientes; su germen apareció hasta después del siglo VII, y su uso no se hizo general hasta en 1570, dondequiera que el Papa Pío V estableció la obligatoriedad del Misal romano. Hermoso es el sentido de este salmo XLII que, “deportados a orillas del Jordán”, compusieron los judíos en el dolor del desierto. Cantaban en él su añoranza por el altar perdido, por la santa Morada. Pero expresaban también una fe a toda prueba, una ilimitada confianza en Dios. En los versículos de este Salmo, la esperanza domina a la tristeza. Y ello explica que, en el seno de la primitiva Iglesia. –en Milán, por ejemplo, en tiempo de san Ambrosio-, cuando en Nochebuena los recién bautizados asistían a su primera Misa, cantaban este salmo: “Me acercare al altar de Dios: a Dios que alegra mi juventud.” En la perspectiva de esta renovación, de esta juventud renovada, ¡qué maravilloso sentido adquieren esos versículos bíblicos! Una alma joven, una alma henchida de vida, he aquí lo que nosotros aportamos al Dios de la vida.

 

Oración

Me acerco a Vos, Señor, con el mayor fervor de que es capaz mi alma, henchido mi ser de todo cuanto posee de esperanza y de amor. Deseo ardientemente que esta Misa señale un hito dichoso en mi existencia y que me apronte fuerzas para continuar el camino con el corazón más firme, y que este peso, tan a menudo insoportable, que yo soy para mí mismo, se aligere por la Misericordia y el Perdón.

 

¡Son tantas las horas, Dios mío, en que he permanecido apartado de Vos, ausente de mi ser Vuestro recuerdo, abandonado a todas las traiciones!

 

Hacedme presente a Vos, haceos presente en mí, que es lo mismo. Ansío que este instante, santificado por vuestra Presencia, esté colmado de fidelidad, de fervor y de alegría.

 

Arrancad de mí ser esa acritud que me seca la boca, esa amargura y ese tormento de que me hago cómplice, esa desesperación que sin cesar me amenaza. Libradme de la miseria que me consume interiormente, de todo cuanto me arrastra hacia abajo, del mal que aborrezco y que, sin embargo, obro. En el umbral de esta Santa Misa preparadme tal como me deseáis.

 

Mi confianza en Vos es absoluta. Mi primera palabra, aquí, quiere ser de abandono. Yo creo, yo espero en Vos; Vos sois mi única certeza y mi única fuerza. Me siento muy débil en Vos, mas entregado por completo en Vuestras manos, Señor, me siento fuerte.

 

¡Alegría, pues, en Dios! Es una juventud nueva la que me espera, y de la que mi alma se llenará a rebosar. En esta entrevista a la que acudo, inundadme, Señor, con vuestra Luz y haced que mi camino sea dirigido en adelante por vuestra amorosa Verdad.

 

La Santa Misa

Daniel-Rops

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3 Comentarios

  1. bernardo osorio perez

    muy buenas tardes agradesco humildememnte el esfuerzo que hacen, al compartirnos en especial la realizacion de la liturgia, cada tiempo de la santa misa o santa eucaristia desde el canto de entrada hasta la bendicion todos son de gran utiidad gracias mil sigan mientras este en sus manos eayudarnos a conocer sobre nuestra santa religion

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  2. luis Gabriel Rincon

    Muchas gracias, cada elemento nuevo nos acerca mas a Dios, si sabemos dar buen uso en nuestra vida y en la catequesis a la comunidad..

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  3. Letizia

    Mil gracias por permitirnos LA LUZ del conocimiento y sentirne bendecida de abrazar con AMOR Y GRAN FE mi religión catolica.

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