Desde allí ha de venir a Juzgar a los vivos y a los muertos.

Desde allí ha de venir a Juzgar a los vivos y a los muertos.

Desde allí ha de venir a Juzgar a los vivos y a los muertos.

Parroquia de San Pío X

Jesucristo volverá del cielo visiblemente al fin del mundo. La palabra vivos significa los buenos y la palabra muertos, los malos.

Los novísimos o postrimerías del hombre son:  Muerte, Juicio, Infierno y Gloria. Debemos recordar a menudo estos novísimos, pues dice el Espíritu Santo: “En todas tus obras acuérdate de tus postrimerías y no pecaras jamás” (Eclesiástico, 7,36) La muerte. Morir es separarse el alma del cuerpo. Todos hemos de morir solo una vez; no sabemos ni cuando, ni cómo, ni en dónde. Y si esta vez erramos el paso, lo erramos por toda la eternidad. Debemos, estar siempre bien preparados para morir en gracia de Dios.  El Juicio. Después de la muerte inmediatamente tendrá lugar el juicio. El juicio es la cuenta que el hombre debe dar a Dios y la sentencia del Divino Juez. Todos los hombres hemos de ser juzgados dos veces: La primera en la hora de la muerte y la segunda al fin del mundo. En estos juicios se examinarán todos los pensamientos, deseos, palabras, obras y omisiones de cada hombre, desde el primer instante del uso de la razón hasta el momento de la muerte. El juicio de la muerte es particular, el juicio del fin del mundo se llama universal, será la confirmación del juicio particular.

Cuando  la persona muere, el alma va al cielo, al purgatorio o al infierno.

Va al cielo el que muere en gracia de Dios  y no tiene deuda de pena, el que tiene deuda de pena va antes al purgatorio. El cielo es un lugar de suma y eterna felicidad, se ve claramente a Dios. Es más dicha ver a Dios por un instante, que gozar eternamente de riquezas, placeres y de los honores más grandes que se pueden imaginar en este mundo pues nada se compara con Dios. ¡Que dicha más grande será ver a Dios no por un instante sino por una eternidad!  Todos los hombres quieren ir al cielo, algunos quieren ir al cielo pero no ponen los medios necesarios para conseguir el más precioso de todos los bienes. El cielo es el premio más grande que el hombre puede conseguir, el mismo Hijo de Dios dio toda su sangre y aún la vida. Para conseguirlo Dios no nos pide tanto sino observar sus divinos mandamientos.

El cielo se gana con las buenas obras hechas en gracia de Dios.

Al Purgatorio va el que muere en gracia de Dios y tiene alguna deuda de pena como son: pecados veniales, Por no haber hecho la debida penitencia de los pecados mortales, perdonados en cuanto a la culpa y pena eterna. Con la confesión bien hecha se perdonan siempre las culpas graves y la pena eterna, pero no siempre queda perdonada toda la pena temporal. Esta pena temporal debe pagarse en esta vida o en el purgatorio. Se paga haciendo buenas obras, especialmente cumpliendo la penitencia impuesta por el confesor.

Las almas del purgatorio, cuando han satisfecho del todo por sus pecados, van al cielo.

Dios, infinitamente justo, ninguna obra buena o mala deja sin castigo o premio.

En el purgatorio se padece la privación de la vista de Dios, el tormento del fuego y otras penas. El mayor dolor de las benditas Ánimas del purgatorio es no poder ver a Dios y pensar que siendo Él infinitamente bueno, le han ofendido. Las almas benditas al verse manchadas  con el  pecado con gusto se  sumergen en aquellas llamas, y aún quisieran  fueran más ardientes para purificarse más pronto. Las penas del purgatorio son temporales.

Aprendamos de las benditas Ánimas a aborrecer el pecado, aún leve.

Los sufragios. Podemos socorrer a las benditas Ánimas, y aún ayudar a su liberación del purgatorio, con oraciones, indulgencias, limosnas y otras buenas obras, sobre todo con la santa Misa. Se llaman sufragios las obras buenas que se hacen a favor de las benditas Animas del purgatorio, suplicando se aplique por ellas. La devoción a las benditas Animas del purgatorio es utilísima, porque hace practicar muchas obras buenas, causa grande gozo en el cielo y ayuda en gran manera a conseguir la salvación de quien practica esta devoción.

Procuremos socorrerlas, oyendo Misa y comulgando, rezando el santo Rosario y el Vía Crucis, etc.

El infierno. Va el que muere con el pecado mortal. El infierno es el lugar donde se padecen penas eternas. Estas penas son de daño y sentido. La pena de daño es  la privación  de la vista de Dios, Sumo bien, es la mayor pena de los condenados. Cuando el alma se separa del cuerpo se dirige hacia Dios con un ímpetu irresistible, pero Dios rechaza eternamente al alma que está en pecado mortal.  La pena de sentido es el tormento del fuego y todo mal, sin bien alguno. En el infierno los demonios son los verdugos.

Basta un solo pecado mortal para merecer el infierno.

Dios es infinitamente justo, así como premia a los buenos con la felicidad eterna, castiga a los malos con la pena eterna. El pecado mortal es una ofensa grave a la majestad infinita de Dios. Aún la justicia humana castiga con cárcel perpetua, y hasta con la muerte el delito cometido. Dios es Padre de misericordia para los buenos, más para los que mueren en pecado mortal, es un juez terribilísimo. Los pecadores no debemos confiarnos. Va al infierno quien quiere, pues Dios a todos da gracia abundante para no caer en el pecado, y a los pecadores, mientras viven, les ofrece siempre generoso perdón. Nadie se condena sino por su propia y libre voluntad cometiendo culpa grave. ¿Quieres que no haya infierno, sino cielo para ti? Vive siempre en gracia de Dios, y si tienes la desgracia de perderla, procura recobrarla cuanto antes.

El fin del mundo. Para cada uno el fin del mundo es en el momento de la muerte.

Resurrección. Un ángel con una voz a manera de trompeta dirá: Levantaos, muertos y venid al juicio. Al fin del mundo los buenos irán al cielo y los malos al infierno, con el cuerpo y con el alma. El alma aunque esté sin el cuerpo, goza de la felicidad infinita del cielo, o sufre los tormentos en el infierno. ¡Qué fin tan dichoso el de los buenos! Por un momento de trabajo, los buenos ganan una eternidad de gloria infinita!

 

Padre Eterno,  lleno de misericordia ayúdanos a cumplir tus mandamientos y así  aborreciendo el pecado  permanezcamos  en gracia  para cuando  llegue el momento de encontrarnos contigo podamos  gozar de la  felicidad eterna.

 

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