“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”:   Primer principio del sermón de la montaña: Por Horacio Bojorges.

“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”: Primer principio del sermón de la montaña: Por Horacio Bojorges.

4. La Promesa: “De ellos es el Reino de los Cielos”

10) ¿Qué quiere decir el Reino de los Cielos? Quiere decir: el Reino del Padre de los Cielos.

“En los Cielos, de los Cielos, celestial” son calificativos que se aplican al Padre y es, pues, el Reino: “de mi Padre que está en los cielos”; o “de vuestro Padre que está en los Cielos”, o del “Pa­dre nuestro que estás en los Cielos”. Es el Reino que el Padre en­tregó a su Hijo Jesús, como leímos en el himno de Filipenses 2. Es casi como un nombre de Dios, como un nombre del Padre. Por eso se usa como sinónimo de la nueva justicia (dikaiosyne) filial que supera la de los escribas y fariseos. Veamos un par de ejemplos donde la expresión se aplica al Padre de Jesús o de los hijos: “os aseguro que ya no beberé del fruto de la vid hasta el día aquél en que lo beba con vosotros en el Reino de mi Padre” (Mt 26, 29). “Entonces los justos brillarán como el sol en el Rei­no de su Padre” (Mt 13, 43). Estos textos apuntan a la consuma­ción de la comunión filial con el Padre en la vida eterna. Aquí el Reino de los Cielos cobra su sentido pleno como comunión eter­na de vida

11) Así exaltará el Padre a todo el que no busque la propia gloria sino la gloria del Padre, que no viva para sí mismo sino pa­ra el Padre: “Porque ninguno de vosotros vive para sí mismo (…) para el Señor vivimos” (Romanos 14,7). A todo el que reconoce: y acata el señorío y la realeza del Padre con corazón de hijo, le pertenece el Reino del Padre, como a príncipe.

12) Ser hijo significa que no nos damos el ser a nosotros mismos, sino que lo recibimos del Padre, siempre y en cada momento. Por lo tanto, el que tiene corazón de hijo se reconoce co­mo un ser recibido de Otro. Ser hijo es recibir el ser, recibido ale­gremente, recibido con gratitud confiada y alegre. Tener corazón de hijo nos dispensa de todo esfuerzo por construimos nuestro propio destino. Vida, destino, historia, todo lo pedimos y recibi­mos del Padre. Cada día. Los hijos estamos dispensados de ha­cemos proyectos propios, porque confiamos en que el del Padre es mejor.

13) Los que no vivieron en esta vida para sí sino para la gloria del Padre, recibirán eternamente la vida del Padre. La vida eterna es como una regeneración eterna en la que eternamente se está recibiendo la vida del Padre en un acto recíproco de amor y de reconocimiento y alabanza.

14) A quien muestre esa fidelidad en lo poco, lo harán Se­ñor de lo mucho. El que reciba humilde y alegremente lo poqui­to, como buen pobre, se le dará lo mucho: el Reino. “¡Bien, sier­vo bueno y fiel! Porque has sido fiel en lo poco, te pondré al fren­te de lo mucho, entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25, 21. 23).

La pobreza de espíritu tiene que ver con este recibirse go­zosamente a sí mismo del Padre, con el reconocimiento de no pertenecerse: “¿No sabéis que no os pertenecéis?” (1 Co 6, 19).

15) Pobreza de espíritu de hijo es no vivir para sí mismo si­no para el Padre. Aunque a uno puedan pertenecerle todas las cosas, uno mismo no se pertenece, sino que le pertenece a Cris­to, por haber sido comprado al precio de su Sangre, y Cristo per­tenece al Padre: “Todo es vuestro, (…) vosotros de Cristo y Cris­to de Dios” (1 Corintios 3, 21-23).

16) Los que vivan como hijos, reinarán con el Hijo: “los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia (filial), rei­narán en la vida por uno solo, por Jesucristo” (Romanos 5, 17).

Sugerencias para la oración con la Primera Bienaventuranza:

Felices los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Me pongo en oración y le pido a Jesús que me ilumine acerca de mi estado en relación con la primera Bienaventuranza. Le pido al Espíritu Santo que me ilumine para comprender cómo la vivió Jesús. y le pido al Padre que me engendre a imagen y semejanza de su Hijo Jesús, para que pueda vivirla como Él y pueda entrar en el Reino de los Hijos. Pueden ayudarme algunas preguntas como las que siguen. Pero recordaré que las Bienaven­turanzas no son leyes o mandamientos, ni se trata de hacer un examen moral, sino de pedir conocimiento interno acerca de mi estado espiritual de hijo, con el fin de aumentar el deseo de glo­rificar al Padre con mi vida de hijo.

La Pobreza de Espíritu: ¿Tengo claro en qué consiste? ¿Ten­go claro cómo la vivió Jesús y por qué es modelo de ella? ¿Cómo imito y sigo a Jesús en esa renuncia que Él abrazó al encarnarse y renunciar a todo reclamo de reconocimiento o de gloria y cul­to que le eran debidos en justicia a su condición divina? ¿Quiero tomar por maestro a ese Jesús que renunció a todas las prerroga­tivas y derechos que le eran debidos, haciéndose pobre en todo, obediente y humilde, pasando por “un cualquiera”?

¿Quiero que el Padre me haga capaz de esa renuncia a mi propia gloria, olvidando y perdonando ofensas, como lo hizo Je­sús que era Dios? ¿Me defiendo con pensamientos, palabras, ac­titudes y silencios? ¿Busco a toda costa reconocimiento, poder, ri­queza y honor?

¿Soy capaz de renunciar a mis derechos por caridad: es de­cir, por amor al Padre y a los hermanos? ¿O me apego a ellos con sentido de posesión, riqueza, vanagloria?

Si compruebo que no tengo en mí esas disposiciones, no me afligiré ni desalentaré. Si encuentro en mí el deseo de tener las, ese deseo lo ha puesto allí el Padre para que se lo pida. Él me lo concederá infaliblemente. ¿Y si no me atrevo a pedido por­que tengo miedo de que me lo conceda? Le pediré que exorcice en mí el miedo con su amor, porque la caridad filial perfecta exorciza el miedo (cf. 1 Juan 4, 8).

¿Me avengo a ocupar el último lugar como hizo y enseñó Jesús? ¿O por el contrario me pongo en primera fila por la queja, por reclamar, por tenerme demasiado en cuenta? ¿Pierdo la paz cuando me postergan, es decir cuando no soy yo el que elige el último lugar sino que son otros los que me lo asignan? ¿Reclamo mis derechos sin límites a mis reclamos? ¿Desearía poder renun­ciar a ellos por otro amor más grande que el amor a mí mismo?

“De ellos es el Reino de los Cielos”. ¿Qué clase de espíritus motiva mi pensamiento del Cielo?: ¿el deseo de contemplar la glo­ria del Padre, de la eterna gratitud y alabanza, de interceder jun­tamente con el Hijo por el mundo peregrino (moción del Espíri­tu Santo)? ¿O más bien busco huir de la vida con toda la cruz que ella comporta como seguidor de Jesús, laico o religioso? (moción del mal espíritu).

¿Vivo con el gozo filial sabiendo que el Padre vela por mí y se goza viendo mi felicidad al alabado, o vivo como siervo que cumple porque no le queda otra o por temor al “Amo”?

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