Curso de historia de la salvación:IX parte: La revelación del Misterio: Por el P. Jorge Alberto Limón.

Curso de historia de la salvación:IX parte: La revelación del Misterio: Por el P. Jorge Alberto Limón.


Está excelente unidad totalmente cristológica, nos trata la gran revelación en Cristo Jesús: La fe en el resucitado, la gran revelación de la intimidad con Dios, el gran amor de Dios al enviar a Jesús, el sentido de los hechos y acontecimientos, el pecado ineludible en la vida de los hombres en fin, un gran material.

La unidad IX

La revelación del Misterio

Objetivo

El alumno, Profundizará en el misterio de la Santísima Trinidad, y comprenderá la obra del Salvador, manifestada en el Dios revelado por Cristo.

Introducción

“Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por el ministerio de los profetas; últimamente, en estos días nos habló por medio de su Hijo” (Hebreos 1, 1-2). Cuando Jesús de Nazaret es interrogado por los enviados del bautista sobre su persona: “¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?”, Jesús responde: “Vallan y digan a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mateo 11, 2-59). Esta respuesta sugiere que para poder responder plenamente a la pregunta que Él plantea a sus discípulos y a las gentes de todos los tiempos: ¿Quién dicen ustedes que soy yo?, se necesita conocer también lo que Él realiza. Y nos señala la importancia que su vida terrena y su persona tuvieron para la humanidad y siguen teniendo para nosotros hoy.

Dios se ha revelado como EL QUE ES; se ha dado a conocer como Verdad y Amor. (Catecismo de la Iglesia Católica # 231) El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Sólo Dios nos lo puede dar a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo. (CIC # 261). Conocemos este misterio por las palabras de Jesús, por la Encarnación del Hijo de dios y el envío del Espíritu Santo. La fe católica consiste en venerar un solo Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, sin confundir las personas, ni separar las substancias; porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad. Las tres personas divinas, inseparables en su ser, son también inseparables en su actividad (CIC # 266-267).

El misterio de la Trinidad se revela en el rostro de Cristo, no como una doctrina destinada a un conocimiento intelectual, sino como la buena nueva de que Dios ha realizado sus promesas de salvación. Por eso, a partir de la resurrección del Crucificado, se trazan dos líneas de continuidad: a) Con la fe de los padres, a quienes Yavé salvó y sacó de Egipto. b) Con el misterio de la persona de Jesús de Nazaret, el crucificado–resucitado.

Así, al tratar de recorrer los orígenes de la fe trinitaria, no se trata de hacer un simple recorrido de citas por el Nuevo testamento para probar un dato conocido de antemano, sino de buscar en las afirmaciones creyentes de la comunidad apostólica el paso de la fe veterotestamentaria a la fe trinitaria proclamada por los primeros concilios.

Es desde esta fe en el Dios de los padres, el que se reveló a Moisés en el Sinaí y sacó a su pueblo de Egipto, el que hizo alianza con su pueblo y se mostró como un padre amoroso con Él, prometiéndole un futuro de plenitud, como Pedro y los discípulos, bajo la luz del Espíritu, tratan de comprender el misterio y el papel salvífico d el Resucitado.

“El misterio de la Trinidad no es una doctrina destinada a resolver una ecuación para manifestar que Dios es un tres igual a uno, sino una buena nueva: la vida misma de Dios que es comunión, se ofrece a los hombres y puede dar sentido a su existencia”. Y lo que la reflexión creyente de la primitiva comunidad descubre es la continuidad profunda que une el misterio de Jesús con el misterio de Dios.

La fe en el resucitado.

En el corazón de las confesiones de fe de la Iglesia primitiva se coloca la proclamación de la resurrección de Jesús. Este anuncio es el núcleo de la predicación apostólica. En la resurrección, Dios se coloca de parte del crucificado, al que resucita con la fuerza de su Espíritu. Así, Yavé ha intervenido salvíficamente al resucitar a Jesús. Por este hecho, comienzan los tiempos mesiánicos y el mundo esta admitido definitivamente a la salvación ofrecida por Dios.

La fe en Jesús resucitado se convierte así en algo inseparable de la fe en el Dios de la alianza. La resurrección de Jesús es la plenitud de la alianza. De este modo, la resurrección de Cristo aparece como el cumplimiento de las promesas de Dios; es la culminación de los indicios proféticos y de la esperanza de Israel. Pero, al mismo tiempo, es el comienzo de algo nuevo: es la época o el tiempo del Espíritu (Jeremías 31). La comunidad primitiva se agrupa en torno a esta confesión de fe. El Espíritu de Dios que se manifiesta en ella es la garantía de una nueva situación en la que la salvación se ofrece a todos.

En Jesús se cumplieron la revelación y el designio salvífico de Dios; en la Pascua, los últimos tiempos comienzan y ha sonado la hora del juicio universal. Dios es revelado por Jesucristo. Pero, ¿Quién es este hombre? ¿Quién es Jesús?. La necesidad de responder a esta pregunta para comprender el misterio de la persona de Jesús hace que la reflexión de la primitiva comunidad se convierta en cristología. Y esto es necesario para descubrir el misterio de la persona de Jesús.

Porque la resurrección de Jesús es el cumplimiento del Antiguo Testamento, los discípulos van a meditar la Escritura para encontrar en ella el comienzo y el plan de lo que ahora ven realizado.

Van a releer la vida de Jesús para encontrar en ella las afirmaciones de su fe(evangelios).

Y profundizarán en la vida que ahora poseen y que es fruto del Espíritu que les ha sido dado.

“Cuidemos, por otra parte, de separar estos tres aspectos que dan cuenta de una fe única, la fe en Dios que cumple sus designios en una comunidad animada por el Espíritu Santo gracias a la resurrección de Jesús”. Surge así un camino para comprender el misterio de Dios revelado por Jesús, el Hijo. Y así es preciso dar tres pasos:

Manifestar la continuidad profunda que une el misterio de la persona de Jesús y su manifestación Salvífica con el misterio de la Trinidad.

Unir el misterio de la salvación del hombre con el misterio de la vida de Dios: Redención, divinización, comunión.

Buscar en las afirmaciones creyentes del Nuevo Testamento el paso de la fe veterotestamentaria ala fe trinitaria proclamada por el credo primitivo de la Iglesia y las afirmaciones de los primeros concilios.

Jesús revela la vida íntima de Dios

Jesús mantiene y reafirma la vida de Dios que manifiesta en Antiguo Testamento. Reconoce a Dios como el Señor del cielo y tierra (Mateo 11, 25), el Dios que interviene en la historia (Marcos 12, 26; Mateo 8, 11), un Dios celoso y juez a quien hay que servir y amar con todo el corazón. No se puede contraponer, el Dios del Antiguo Testamento al Dios del Nuevo. Jesús no viene a abrogar la ley ni los profetas, viene a cumplirlos, a perfeccionarlos. Junto al Dios único del Antiguo Testamento, que podía dar la impresión de un Dios solitario, Jesús revela a un Dios que es comunión personal de amor.

Jesús revela su relación con Dios como Padre.

Existe dentro de Dios mismo una intercomunicación vital de persona a persona, que se define como una intercomunicación de Padre a Hijo. El Hijo se refiere al Padre como la expresión misma de su hablar, como su verbo, su palabra. El Padre se dice y se expresa como persona en el Verbo. El padre y el Hijo realizan una perfecta comunicación vital entre ellos: nadie conoce al Hijo sino el Padre, nadie conoce al Padre sino el Hijo.

Dios no es sólo la compañía de dos

Junto a ellos y al mismo nivel, uno con ellos, pero distinto, Jesús revela la existencia de un tercero, el Espíritu del Padre y del Hijo. El Espíritu interviene de una manera constante en la vida de Jesús: realiza su encarnación, le consagra con su presencia en el bautismo para la misión que el Padre le confía (Lucas 3, 22; 4, 18). Se promete a los apóstoles como el Espíritu del Padre (Mateo 10, 20; Hechos 1, 5-8) y es, al mismo tiempo, el Espíritu del Hijo (Juan 7, 37), el que lleva a los apóstoles a la penetración de la palabra de Jesús (Juan 14, 26; 16, 12-15).

Este Espíritu se manifiesta, después de la resurrección, actuando en la vida de al Iglesia, realizando: la santificación(1 Corintios 6, 11), la participación en la filiación divina de Jesús (Gálatas 4, 4-6 Romanos 8, 14-17). Él dirige la Iglesia en todas circunstancias de la vida (Hechos 13, 4; 15, 28; Romanos 8, 26-28). El Espíritu es igual al Padre y al Hijo, como lo sugieren las veces que es nombrado junto a ellos y al mismo nivel (Mateo 28, 19; 2 Corintios 13, 13).

Jesús nos revela, pues, no a un Dios solitario, sino en comunión vital de conocimiento (el Hijo) y de amor (el Espíritu Santo). Hay compañía en Dios. Hay mutua comunicación. Y hay comunicación también con el hombre a quien el Padre envía al Hijo, y el Padre y el Hijo envían al Espíritu. Esta revelación de la intercomunicación divina es la revelación del amor: Dios es entrega en plenitud, Dios es amor (1 Juan 4, 8, 17).

El modo de ese amor lo revela Jesús mediante las parábolas, con las que da a entender la delicadeza y finura del cariño que el Padre tiene por los hombres, especialmente por los pecadores, a quienes perdona, de quienes está cercano, de quienes se compadece, a quienes espera para abrazarlos después de su separación (Lucas 18).

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