“Del gozo de vivir al gozo de partir” IV Parte Tanatología. Eduardo Sánchez Rodríguez

“Del gozo de vivir al gozo de partir” IV Parte Tanatología. Eduardo Sánchez Rodríguez

“Del gozo de vivir al gozo de partir”. IV parte. Tanatología. Eduardo Sánchez Rodríguez.

Tanatología.
Psicólogo Eduardo Sánchez Rodríguez.



IV.- EL TRATAMIENTO ESPIRITUAL DEL SUFRIMIENTO HUMANO EN LAS CINCO ETAPAS DEL MORIR Y DEL DUELO EN ENFERMOS TERMINALES Y FAMILIARES AFECTADOS.

“¡Siempre hay almas que iluminar, lágrimas que secar, decepcionados que consolar, enfermos que animar, hombres que amar y salvar en nombre de Cristo! ”.
(Juan Pablo II)

El Tratamiento Espiritual del morir y del duelo en enfermos terminales y familiares afectados que a continuación describiremos tiene como principio y fundamento a la pedagogía de Dios seguida con el pueblo elegido, al igual que los israelitas, cada enfermo y familiares tienen su propio “llamado y pruebas y portentos del poder de Dios”, su “Egipto y cautiverio”, “éxodo y peregrinar por su desierto”, su propio “Monte Sinaí”, “tierra prometida” y una “Buena Nueva”, para que pueda generarse la disposición y apertura del espíritu del hombre al Dios Único y Verdadero, Padre de Nuestro Señor Jesucristo por quien se nos manifiesta el amor salvífico de Dios, (Cfr. El sentido cristiano del dolor y sufrimiento humano).

No es la única fórmula ni la receta perfecta e inequívoca a seguir o aplicarse indiscriminadamente al momento de acompañar espiritualmente a un enfermo terminal y familiares afectados, sino que más bien, es una orientación para vivirse, para ayudar al hombre que peregrina y sufre una enfermedad terminal y en la proximidad de la muerte pueda encontrarse con la fuente de la vida eterna, (Cfr. Lc. 24, 13-35, Peregrinos de la calzada de Emaús).

Lo que se propone, desde un paradigma de espiritualidad bíblica, en particular con la aplicación de la Lectio Divina o Lectura Orante de la Palabra, es permitir que cada una de los sentimientos y movimientos del espíritu humano que se manifiestan en las cinco etapas del morir y duelar, ya analizadas en el paradigma espiritual (teológico), sean trabajadas en nosotros por El Señor Jesús a través de quienes Él envía a los enfermos y familiares en duelo, me refiero a los Agentes de Pastoral de la Salud y del Enfermo y Ministros de la Sagrada Eucaristía, mediante la dinámica de los siguientes pasos:

1.- Reconocimiento de síntomas y sentimientos, dejar hablar y comprender al Enfermo, lo que siente en lo profundo de su alma, en cada etapa.

2.- Escuchar cómo Dios nos habla a través de su Palabra, es decir, leer el fundamento bíblico para cada etapa del morir y del duelo por la enfermedad, que nos mostrará cómo el Espíritu de Dios ha obrado en nuestras vidas. En la Lectio Divina o Lectura Orante del texto bíblico se nos pide hagamos los siguientes momentos:

2.1.- Una lectura de comprensión del texto y con actitud orante ante la Palabra de Dios responder con sencillez la cuestión: ¿de qué se trata el texto?

2.2.- Meditación, reflexionar de lo ¿qué me dice a mí el texto?, es decir, encontrar una significación y aplicación al caso personal.

2.3.- Oración, decir nuestra respuesta al Señor Jesús que nos Escucha y nos conoce, hablarle de lo que sentimos, de lo que el texto nos provoca decirle al Señor Jesús presente en su Palabra.

2.4.- Contemplación, volver al texto, recrearlo y tomar participación en él, en los distintos lugares y personajes, dejarse mirar, revestir de y por Cristo. ¿Qué fruto de conversión espera de mí el Señor?

3.- Descubrir los dones del Espíritu de Jesús, el Señor, en cada etapa del morir y duelar que nos ayudarán a sanar y aceptar nuestra enfermedad, vejez y muerte, una muerte dichosa en los brazos de Jesús.

4.- Superación o manejo de cada etapa con la ayuda directa de Cristo, (cfr. Mt. 8), es decir, se sugiere una ejercitación espiritual que facilite la experiencia de Encuentro con quien tiene el poder de realizar milagros de sanación y curación, Cristo Jesús el Señor, encaminados a vivir en comunión y a cristificarnos en cada etapa del proceso mediante los siguientes pasos:

4.1.- decirle a Cristo lo que sucede en mí con la enfermedad.

4.2.- escuchar a través de las escrituras lo que siente Cristo.

4.3.- vivir las reacciones de Cristo.

1ª. Etapa: La Negación.
1.- Reconocimiento de síntomas y sentimientos.

Por lo general la negación de la enfermedad y de la experiencia de morir y duelar se presenta acompañada de modelos de pecado. El mecanismo de pecado aquí, consiste en racionalizar, reprimir y negar los propios sentimientos compensando con actitudes defensivas y actividades distractorias, la frustración por la pérdida progresiva de la salud y del funcionamiento normal del organismo al tener que asistir a estudios cada vez más especializados y tratamientos más frecuentes.

Se llega al pecado en la fase de negación al no escuchar lo que Dios me habla a través del diagnóstico de la enfermedad y sus consecuencias inmediatas y futuras en mi vida al no enfrentar mi enfermedad (debilidad).

El pecado es el encubrimiento de los propios sentimientos originados al momento de ser diagnosticados con x enfermedad terminal. Se regresa a viejos moldes de pecado tales como la soberbia (“esto a mi no puede pasarme”) que prefiero aislarme y retraerme en vez de compartir con otros lo que siento, se comienza por actitudes de incredulidad y huida en lugar de buscar a Dios, de poner en sus manos los sentimientos que genera el diagnóstico y tratamientos de la enfermedad.

2.- La negación en las Sagradas Escrituras.

… el hijo menor dijo a su Padre: “¡Dame la parte de la herencia que me corresponde!”, tomó su haber y poseer y se fue de su casa a un país lejano…
(Lc.15, 12-13).

El hijo menor prefirió negar el problema o necesidad que le llevó a pedirle a su padre la parte de herencia antes de aceptar quedarse o permanecer en casa para afrontarlo.

… “Pon aquí tu mano y mira mis manos, extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree”… (Jn. 20, 27).

Como Tomás, cerrado en sus propia conmoción, temores, enojo y depresión por la muerte del Señor Jesús e incrédulo al no aceptar la Resurrección hasta que no se cumplieran sus condiciones de evidencia, así los enfermos y familiares, negamos la enfermedad y no aceptamos el morir como un paso de y en nuestra vida, lo que nos quitará la paz necesaria para creer y caminar hacia la vida verdadera y/o resurrección.

3.- La negación puede ser saludable si es reconocida.

Sentir la necesidad de negar es sano cuando se hace con conciencia, cuando empezamos a padecer una enfermedad degenerativa nuestro cuerpo entra en un estado de shock físico o conmoción y, al igual que las reacciones de negación, no deben ser calladas o reprimidas pues son parte de la curación de la herida que provoca el sabernos enfermos de una enfermedad terminal, susceptibles de morir al reducir nuestra esperanza y días de vida.

La negación es como una venda a los ojos que nos impide ver y ser conscientes de la ansiedad, desacuerdo, inconformidad, inseguridad y aflicción ante una amenaza inminente.

El aceptar esta necesidad de negación nos ayuda a empezar a caminar hacia la aceptación de la enfermedad y la muerte. El aceptar la fase de negación, el creer y sentir que tengo razón de negar que estoy enfermo es útil a la salud espiritual al tomar la actitud de agradecer a Dios lo que me está pasando en esta fase de negación y al orar más para escucharlo a Él, lo qué me quiere decir en esta experiencia de los últimos días de mi vida.

4.- El manejo espiritual de la negación.

Lo que ocurrió en Emaús es lo que tiene que pasarnos cuando huimos del sufrimiento de estar enfermos. Esos discípulos huyeron de la pasión de Cristo, del dolor de ver a “su Rey” (en el concepto de ellos) crucificado, al Mesías muerto a quien no reconocieron cuando se les unió en el camino.

Cualquiera que sea la herida que nos da el sabernos pacientes de una enfermedad terminal y próximos a morir puede ser sanada por Cristo si:

1.- digo a Cristo lo que siento, comunicarme con Él a través de orar con el texto de Lc. 24, 13 – 27: “Los discípulos de Emaús”:

2.- escucho, mediante la lectura del texto Lc. 24, 28 – 35, los sentimientos que tiene Cristo; y,
3.- asumo y vivo las reacciones de Cristo, (Lc. 24, 36-50).

Lo que nos enseña el “Camino a Emaús” es el permitirle a Cristo, que tome nuestras reacciones de negación y aislamiento de manera que sintamos arder nuestro corazón con su manera de explicarnos las Escrituras o hablarnos mediante la experiencia final de la vida y que a nosotros “se nos abran los ojos para reconocerlo”, y absorber sus reacciones como aquéllos discípulos en la fracción del pan.

La señal de vencer esta necesidad humana de negar la enfermedad terminal y la consecuente muerte propia es la capacidad de perdonar lo que nos lastima y duele, por ejemplo, perdonar el tener que comenzar una vida de rutinas diferentes a consecuencia de la evolución de nuestra enfermedad, dejar de aislarme y de encerrarme en mí mismo y buscar a Dios.

Después de decirle a Cristo lo que siento, le pido que me muestre los sentimientos que quiere sanar a raíz de esta enfermedad, Cristo traerá a nuestra conciencia la herida más dolorosa que nos provocó el saber de qué estamos enfermos y qué pasará con nosotros, aquello que más negamos, comúnmente puede ser o tener relación con una herida o recuerdo doloroso del pasado.

¿Cómo puedo saber cuál es la herida originada por la enfermedad en la que Cristo quiere que me concentre y comparta con él y así pueda ser sanada?

No se trata de escarbar en nosotros hasta llegar a lo más profundo de nuestros sentimientos inconscientes, sino de pedirle a Cristo que nos muestre cuáles son lo sentimientos que Él quiere que aceptemos y transformemos o vivamos de acuerdo a su manera de ser de él, es decir, Cristificarnos, (cfr. Rom. 13, 14).

La curación de las heridas y recuerdos dolorosos, vivencias actuales en la etapa de negación como en las etapas subsiguientes del proceso de morir, se alcanza no por la repetición mecánica de un método o pasos sino por introyectar los pensamientos y sentimientos de Cristo mediante la oración con la Escritura, meditación y contemplación.

Lo más importante que Cristo parece decirnos en la fase de negación es “No temas, comparte conmigo lo que se te hace pesado y difícil de aceptar en esta enfermedad, ambos hemos enfrentado cosas peores y hemos madurado por medio de la cruz”.

Al mirar la negación de la enfermedad y efectos en mi vida desde el punto de vista de Cristo, puedo salir de la negación y enfrentar al temor, enojo y resentimiento de la siguiente etapa.

2ª. Etapa: El Enojo.
1.- Reconocimiento de nuestros síntomas y sentimientos.

No es el enojo en sí mismo ni malo ni bueno, sino lo que hacemos con él, si no expresamos el enojo, coraje y resentimiento que nos provoca la herida de sabernos enfermos incurables, esos sentimientos de experimentar en nuestro cuerpo nuevos dolores y cambios, desarrollaremos defectos de carácter (temor, irritabilidad, falta de motivación para vivir, etc.), y por lo común, somatización de síntomas: úlceras, ataques de asma, hipertensión, migraña, gastritis, dermatitis, artritis reumatoide, infartos, cáncer, etc., a consecuencia del enojo y resentimiento reprimidos.

El enojo y resentimiento que no se desahogan es muy destructivo porque al reprimirse produce auto-aborrecimiento y depresión en contra de los demás.

2.- El enojo en la Sagrada Escritura.

…finalmente recapacitó y se dijo: ¡cuántos asalariados de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre!… (Lc. 15,17).

Fue el enojo causado por alguna herida lo que hizo que el hijo pródigo exigiera su parte de herencia, huyendo a un país lejano para ahogar su problema en los placeres de la vida fácil. Sus acciones no sanaron su enojo, molestia y coraje sino el regresar a casa de su padre y recibir un abrazo sanador de arrepentimiento y perdón.

… el hijo mayor se enojó y no quiso entrar. Su padre salió a suplicarle que entrara, pero él contestó: “hace mucho tiempo que yo te sirvo sin haber desobedecido jamás una orden tuya y a mí nunca me has dado un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos, pero ahora que vuelve ese hijo tuyo que se ha gastado tu dinero en prostitutas y borracheras haces matar el becerro gordo”… (Lc.15, 28 – 31).

El enojo del hijo mayor se convierte en hostilidad contra el hermano menor y su padre al no perdonarle “gratuitamente”. El hecho de sentir enojo no es lo que hace diferente al hijo mayor en comparación con su padre o hermano menor, es más bien, la petición hostil de que el perdón sea algo que debe concederse por méritos y buen comportamiento, en lugar de que sea el amor y alegría lo que mate y ofrezca el becerro gordo por haber encontrado al que se había perdido.

El pecado del enojo está en acumularlo y convertirlo en ofensa hacia sí mismo y a los demás, “Enójense, pero no pequen”, se nos dice en Ef. 4,26. Sentir enojo es sano, actuar con hostilidad depositando ya justa o injustificadamente el enojo en los demás es enfermizo y es pecado, en lugar de reaccionar como el padre compasivo, bondadoso, que perdona y que aún estando a lo lejos, sale al encuentro de su hijo perdido que regresa.

El enojo puede ser constructivo y sanador como el enojo de Cristo que se desencadenó contra los mercaderes del templo (cfr. Mt.21, 22 y ss), contra los demonios (cfr. Mt.1, 25), contra los fariseos hipócritas (cfr. Mt.15), Cristo no oculto ni reprimió su enojo, aún cuando era razonable y justificado.

3.- El enojo puede ser sano si es expresado sin dañar a los demás.

El enojo puede darnos fuerzas para cambiar aquello que nos impide aceptar la enfermedad y la muerte. El enojo señala un temor oculto que debo enfrentar y superar. Dejarme sentir y expresar mi enojo, coraje y resentimiento significa que quiero superar el temor de morir y de ir perdiendo la salud conforme la enfermedad avanza, el temor de no ser aceptado y de abandonar mi proyecto de vida.

La falta de expresar el enojo y coraje por las pérdidas que conlleva la enfermedad es una falta de amor a sí mismo, por ello, en esta etapa ocurre una depresión reactiva mediante la cual herimos y culpamos a los demás de nuestra enfermedad y muerte.

Es la falta de contacto con los propios sentimientos de enojo y necesidad de perdonarme a mí mismo y a la enfermedad que me hiere lo que hace buscar una salida, generalmente el desarrollo de síntomas psicosomáticos, en lugar de agradecer a Dios el sentir enojo, dolor, coraje por la presencia de la enfermedad.

Mi enojo lo debo usar para amar más mi vida y encaminarla hacia la muerte, como Cristo amó su pasión camino a la cruz, sintiendo como ser humano lo que los enfermos terminales sienten.

4.- El manejo espiritual del enojo.
4.1.- Decirle a Cristo lo que siento:

Cuando se puede expresar con palabras el enojo éste empieza a amarse y agradecerse en la oración con Cristo, podemos decirle lo que nos enoja, cómo nos sentimos en esta fase y porqué estamos resentidos. Cristo es el único que nos puede comprender en estas emociones ya que él fue herido de todas formas posibles, el puede hacer algo más que escucharnos, puede traer a nuestra conciencia todo el daño o enfermedad que negamos tener y sanar nuestras heridas provenientes del enojo, resentimiento y odio contra la enfermedad, los demás y hacia uno mismo.

Hablar con Cristo de nuestro coraje y enojo podría ser por ejemplo: “Señor Jesús, déjame compartir contigo todo el enojo y resentimientos que me genera esta enfermedad y que me hace lastimar a los demás, Ayúdame a perdonar la presencia de la enfermedad en mi cuerpo y a todas las personas y hechos que he culpado. Toma estos sentimientos y permíteme descansar en tus brazos e inhalar tu fortaleza y abandonarme en tus manos”.

4.2.- Escuchar a través de las Sagradas Escrituras lo que me dice Cristo:
“Señor Jesús, ¿cuándo te sentiste enojado?”.

Leer con detenimiento y hacer la contemplación del pasaje para entender los sentimientos y reacciones que tiene Cristo en esa situación, con esas personas en el texto de Lc. 11, 37-48, “Pobres de ustedes fariseos”.

“Señor Jesús, permíteme que ponga en tus manos todos mis temores y enojos… ahora veo tus manos llevando mis temores y corajes que me lastiman y hieren, cuando advierto que estoy enojado. Muéstrame el daño que me hago y que te hago a ti presente en mí y en los demás al guardar resentimientos y culpas. Hazme ver el lado oculto que no alcanzo a ver en esta etapa de enojo, coraje y resentimiento, y lo que quieres hacer en mi o través de mi…”, leer Lc.12, 4 -11, “No teman a los que matan el cuerpo”.

4.3.- Asumir y vivir conforme a las reacciones de Cristo.

El enojo nos puede llevar al amor de Cristo, pero el enojo no reconocido ni aceptado nos enferma todavía más porque, o bien me enojo contra mí mismo y dejo de esforzarme o me enojo con Dios y hago esfuerzos sin contar con su ayuda, o me enojo con los demás, me aíslo y descargo el enojo en los demás en lugar de aprovechar la energía que proviene del enojo para aceptarle y sentirme mejor.

La liberación de la hostilidad se realiza cuando comparto mi enojo con Cristo o con alguien que pueda comprenderme y orar conmigo, si comienzo a orar por quienes he herido con mi enojo y corajes, puedo pedirle a Cristo que sane en ellos esas heridas que les causé con razón o sin conciencia y pedirle que me sane y alcance mi salvación y la de ellos.

Cristo utilizó el enojo, coraje, ira, resentimiento contra el pecado y el mal que hay en el corazón humano para sanarlo cuando entra en la sinagoga y encuentra el hombre de la mano seca, (cfr. Mc. 3, 1 -12, “Curación del hombre de la mano seca”).

La curación del enojo es un proceso que comienza con pequeños pasos, detalles o acciones hacia uno mismo, hacia los demás y hacia Dios, pero la salud espiritual y física que se consigue tiene grandes resultados.

Como ejemplo de ello hay cientos de casos de pacientes, tal es el caso de un adicto a las drogas y alcohol, donde se refugió a consecuencia de pérdidas significativas de padre, madre, empleo, casa y dinero, dejando abandonada a su esposa e hijos pequeños, que oraba a Nuestro Señor Jesucristo para que lo liberara y sanara, pues nada parecía ayudarle, ni AA, ni psicoterapia particular, ni las instancias de rehabilitación incluyendo la cárcel, ni el sufrimiento de sus familiares.

Al estar orando sintió el enojo, coraje, ira, odio hacia el accidente y enfermedad que se había llevado a sus padres, contra el jefe que le había corrido del trabajo, y pidió a Cristo le sanara del enojo y resentimiento por situaciones de abandono y pérdida de figuras significativas en su infancia, presentes detrás de su alcoholismo y drogadicción. Desde ese día, comenzó a permanecer más días en sobriedad, al ir profundizando en otras heridas causadas en etapas de su vida pasada.

La curación física de enfermedades como colitis, artritis, cáncer, etc., que genera el no reconocer ni aceptar el enojo, coraje, odio, resentimientos ocurre al ir a Cristo con nuestro enojo y pedirle que nos cure si hacemos cada uno de estos pasos, ya que nos enseñan a aceptar con serenidad esta etapa del enojo que no podemos perdonar, nos fortalece para cambiar las cosas y condicionamientos que nos detienen o anclan en el sufrimiento de “irnos o soltarnos”, dejar de cargar con los demás y de “ser dejados o soltados”, dejar de colgarnos de ellos al ir muriendo sin más regateos y pactos.

3ª. Etapa: La Negociación, Pacto o Regateo.
1.- Reconocer y aceptar los síntomas y sentimientos de esta etapa.

Después de que el paciente va sintiendo en su cuerpo nuevos dolores y menos capacidades es sometido a nuevos procedimientos de tratamientos más intensivos, al ir experimentando la evolución y control posible de los síntomas de la enfermedad, empieza a dejar de culpar a Dios, a los doctores y demás familiares vivos y muertos y se da cuenta de que los necesita para seguir viviendo todavía; comienza a hacer tratos con ellos, a levantar negociaciones y pactos por el “bien de ambas partes” (ganancias secundarias): “Si dejo de tomar o fumar, si continúo el tratamiento, si hago los ejercicios de rehabilitación, etc., etc.; o en el terreno emocional y espiritual, si olvido y perdono, si rezo diario el rosario o la novena de tal o cual santo, etc., y si sigo con vida entonces ustedes …” son las expresiones comunes en esta etapa.

Dios escucha los tratos o pactos que el enfermo le propone: “si hago esta novena o manda, si doy todo lo que tengo a los necesitados… ¿me darás otra oportunidad?”, “Sí, acepto la enfermedad y la muerte, pero primero déjame ver a mi única hija felizmente casada”, y un sinnúmero de “Estoy dispuesto a… sólo si tú o ustedes…”.

El regateo es una actitud común en las heridas de nuestras relaciones interpersonales y tiene de fondo los mecanismos de defensa psicológica, la racionalización y el desplazamiento.

Como el regateo es una mezcla de enojo (al culpar a los demás y por tanto, de exigir que se cumplan nuestras demandas) y de depresión (al culparse a sí mismo) los síntomas varían dependiendo de si estamos enojados o deprimidos: cuando me domina el enojo, hago sentir culpables a los demás, rechazo hablar con ellos, no tolero verlos, ni sus muestras de afecto o presencia, no como y rechazo los medicamentos; entonces, aquí las expresiones de regateo se rigen así: “Sí, y sólo si, tú cambias, te perdonaré…”, en cambio, si me domina la depresión apenas tengo ganas de levantarme, cambiarme, bañarme, sonreír o abrir los ojos o responder, etc., de manera que las expresiones de regateo tienen la base de. “Sólo, y sólo si yo cambio, los perdonaré…”, en lugar de aceptar incondicional y amorosamente a los demás tal como son y de la misma forma auto-aceptarme y revalorarme bajo el Espíritu de Jesús.

2.- El regateo en la Sagrada Escritura.

La historia del Hijo Pródigo nos revela la dinámica espiritual del regateo: el hijo regresa a casa pensando en las condiciones para volver a ser aceptado aunque fuera como el último de los criados en la casa de su padre, (Cfr. Lc. 15, 11 -31, “El hijo pródigo”), pero el padre recibe a su hijo sin poner condiciones, el padre no se fija en las aflicciones y preocupaciones vividas por su hijo ausente, ni siquiera permite que el hijo de quien sale al encuentro, prosiga con la confesión que tenía planeada sino que manda que lo vistan con una túnica nueva, se le ponga un anillo de oro y se le prepare un banquete.

Ese padre es como Dios, nuestro Padre en y por Cristo: no sabe lo que es el regateo, sino que sólo sabe perdonar incondicionalmente. El Perdón de Cristo es incondicional y espera que su perdón sanador sea aceptado, aún cuando sea lastimado 70 veces 7, (cfr. Mt. 18, 15 – 35, “Cómo conviven los hermanos en la fe en Cristo”).

Cristo no sólo nos da el perdón auténtico e incondicional, sino que nos da su vida y nos reitera esta ofrenda en cada eucaristía (cfr. Mt. 26, 26 – 36, “La última cena”), nunca nos dice “Te perdono sólo con la condición de que cambies, te disculpes públicamente o hagas méritos para que te merezcas mi perdón”.

Cristo nos ama, no sólo si cambiamos, sino que nos ama tal como somos, dándonos con ello el poder de cambiar y perdonar. En la medida en que estemos abiertos a Cristo presente en nuestro ofensor, estaremos abiertos al perdón de Cristo, pero si decimos al que nos ofende “No puedo amarte mucho como para perdonarte tanto y tantos pecados…”, se lo estamos diciendo a Cristo presente en esa persona sea como sea, “si no amamos al menor de nuestros hermanos (sea por lo peor que nos han hecho), en esa medida no amamos a Cristo y nos dificultamos la aceptación de su perdón (cfr. Mt. 25, 31- 46, “El juicio final”), Cristo puede darnos su perdón siempre, pero no nos obliga a recibirlo, como tampoco podemos obligar a nuestro ofensor a aceptar nuestro perdón.

Como Cristo, nosotros a quienes nos ha amado, debemos ofrecer el perdón completo, aún cuándo este perdón y reparación de daños no lo reciban los demás a los que hemos ofendido o lastimado, y aún cuando nos sintamos lastimados por cualquier actitud de los demás, llegar a vivir el proceso de perdón y decir con Cristo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, (cfr. Lc. 23, 34).

Esta fase del regateo, pacto de condiciones y negociaciones la encontramos en la actitud de Tomás, uno de los discípulos de Jesús que exige el cumplimiento de condiciones para creer que el Señor Jesús ha resucitado, (cfr, Jn. 20, 24 – 29, “El Señor ha resucitado”). En esto está la clave para sanar nuestras heridas ocasionadas por el no cumplimiento de las condiciones o ganancias secundarias que queremos a cambio de aceptar la enfermedad terminal y el morir, en creer que en Cristo podemos vencer al sufrimiento de la muerte y la enfermedad.

Como lo señala D. Gelpi, (1986), en su investigación sobre la curación de los enfermos por medio de los sacramentos, al perdonar a nuestro ofensor y aquéllas heridas que nos trae la enfermedad terminal y la muerte tan incondicionalmente como Dios nos perdona, ya no experimentamos el dolor como heridas o motivos de condicionar y negociar sino como fortalezas en nuestro proceso de cristificarnos en el propio dolor para decir de corazón y con toda el alma cuando hemos superado estas etapas: “Tú eres mi Señor y mi Dios”, (cfr, Jn. 20, 28).

Así, desde esta teología sacramental, el tiempo de dolor se vuelve un tiempo para amar, y en consecuencia, de dejar la angustia de pactar, negociar y regatear condiciones por el hecho de revestirnos con la mente y corazón de Cristo. Cuando podemos dejar de regatear, producto de perdonar con la mente y corazón de Cristo, nuestra oración y nuestro dolor físico y todo nuestro sufrimiento se vuelve como el de Jesús, (cfr. Mc. 11, 24-26, “El poder de la fe” y Jn. 14, “Voy al Padre”). Por tanto, oramos en su nombre no sólo por usar su nombre y verbalizar fórmulas sino cuando oramos como él lo hacia.

La curación espiritual de las heridas propias de cada etapa de la enfermedad y el morir ocurre no por escarbar el pasado de la persona enferma (terapia) y rezar las fórmulas de ejemplares de oración y estampitas de vírgenes y santos, sino principalmente por Revestirse de Cristo, apropiándonos de sus actitudes, sentimientos, reacciones, enseñanzas y valores, para perdonar como Cristo perdona, (cfr. Fil. 2, 5- 11, “Imiten a Jesús humilde”).

3.- El regateo, pacto o negociación puede ser saludable.

El regateo o negociación de las condiciones o ganancias secundarias en torno a la aceptación de la enfermedad y el morir pone de manifiesto las debilidades y heridas dolorosas de las relaciones interpersonales del enfermo en las condiciones o pactos que impone a sus familiares.

El “ustedes deben cambiar” se vuelve un “yo puedo cambiar y amar aún a los que me lastiman”, cuando perdono incondicionalmente a los demás, incluso a quienes ya murieron y adquiero un nuevo sentido del sufrimiento de la enfermedad y la muerte, dejo de necesitar el pacto, regateo o negociación, pues vivos y muertos son parte del cuerpo místico de Cristo y el perdón nos sana mutuamente por medio de Jesús, (cfr. Rom. 14, “Actitud comprensiva con los de conciencia débil”; 1ª. Cor. 12, “Dones espirituales y comparación con el cuerpo”; y, Mc. 12, 18 – 27, “Resucitan los muertos”).

4.- El manejo espiritual del regateo, pacto o negociación.

4.1.- Decir a Cristo lo que siento: “Señor Jesús, tú me conoces sinceramente, me siento lastimado y afligido por el peso de la enfermedad que me tiene sin poder perdonarme incondicionalmente a mí mismo y a los demás”, decirle con palabras dichas con el corazón más que locuciones todo lo que experimento en cada etapa del morir y la enfermedad.

4.2.- Escuchar a través de las Sagradas Escrituras lo que me dice Cristo.
¿Cuándo se sintió Cristo como yo me siento ahora y cómo reaccionó ante las condiciones que muchos pedían para creer en él, para seguirlo y para cumplir el plan de salvación y voluntad del Padre?

El hecho de que Pedro negara a Cristo (cfr, Lc. 22, 54 – 62, “La negación de Pedro”) nos recuerda la negación y rechazo que he manifestado ante la enfermedad y el morir en cada una de las etapas anteriores.

En esta etapa Cristo Jesús nos enseña cómo reaccionar con perdón y aceptación (cfr, Jn. 21, 15 – 19, “La manifestación de Jesús en las orillas del Lago de Galilea”). Jesús nos pregunta si le amamos con amor total (o ágape), es decir, aquél modo de amar suyo que lo da todo aún hasta la propia muerte, siempre perdonando sin condicionar ni regatear, (fileo).

Este texto nos habla de Jesús en su tercera aparición a sus discípulos después de resucitado. El nuevo Pedro conoce y acepta su debilidad, puesto que ya había negado a Cristo, por lo que ante la insistencia de Jesús, Pedro se pone triste al escuchar que Jesús le pregunta por tercera vez si lo amaba sin condiciones ni regateos, Pedro le contesta: “Señor tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero”, (cfr. Jn. 21, 17).

Cristo, sin embargo, ama a Pedro aún con todas sus debilidades, negaciones y regateos. Jesús toma el defecto de Pedro y lo convierte en un don para el liderazgo y le dice: “Apacienta a mis ovejas”, (Jn. 21, 16 – 17).

Cristo nos acepta tal cual somos, sin exigirnos ni condicionar ni regateos. La superación del enfermo a la siguiente etapa se da cuando experimenta ser amado como Pedro por Jesús. Cristo nos habla al corazón al estar hablándole a Pedro y parece que nos pregunta muchas cosas, como por ejemplo: ¿podría yo perdonar y amar sin poner condiciones? ¿Podría yo ver a los demás del mismo modo que Cristo vio el defecto o debilidad de Pedro? ¿Podría yo como Cristo aceptar la enfermedad y la muerte como prueba de amor total a la voluntad incondicional de Dios?
¿Podría yo amar como Cristo a mis familiares por encima de las dificultades, condiciones, pactos y regateos? ¿Podría yo romper el “pagaré” que le tengo guardado a cierta persona y cambiarlo por un “cheque en blanco” con un amor total como el de Cristo que sólo se fija en lo que puede dar y no en lo que va a recibir o exigir?

4.3.- Asumir y Vivir en el Espíritu de Cristo, sus reacciones y actitudes.

¿Seré como Cristo lo fue con Pedro? ¿Podré quitar la negación, enojo y negociaciones, pactos y regateos para aceptar la enfermedad y la muerte? ¿Podré curar las heridas que he causado a los demás sin poner mis condiciones? ¿Cómo sé si de verdad mis sentimientos, actitudes y pensamientos son los de Cristo y que no estoy fingiendo las reacciones?

Si de verdad los tengo, podré cancelar las condiciones y ya no necesitar las ganancias secundarias sobre la enfermedad y la muerte ni sobre los familiares, perdonaré y aceptaré, aceptaré y perdonaré, lo que es más, les amaré.

Habrá ocasiones en que de nuevo me sienta enojado, negativo, resentido y exigente de condiciones al ir cerrando y dejando las relaciones con el mundo y con los demás, al ir sanando y aflorando los sentimientos de etapas anteriores y de las que faltan por venir al ser reconocidas, compartidas e intercambiadas por los sentimientos de Cristo, entonces seré colmado de dones en el Espíritu del Señor Jesús.

Cuando en verdad supero esta etapa dejo de culpar a los demás y empiezo a transitar a la etapa de depresión en la que ya me responsabilizo de mis respuestas finales a la vida que se me termina. Mis condiciones cambian y de estar pidiendo que los demás cambien para que yo les perdone paso a pedir que yo cambie para perdonarlos y que me perdonen.

4ª. Etapa: La Depresión Preparatoria.
1.- Reconocer y aceptar los síntomas y sentimientos de la Depresión Preparatoria.

Los síntomas de la depresión y del enojo generalmente aparecen juntos. Mucho de la vivencia psicológica de los pacientes terminales en fase depresiva es un enojo introyectado y expresado en sentimientos de culpa, remordimiento y recriminación en un círculo de culpa–enojo-culpa.

Esta depresión conduce a una especie de pesimismo espiritual que es un síndrome de culpa enfermiza en el que subyace una imagen conflictuada de Dios: cuando existe la imagen del Dios todopoderoso y bondadoso es difícil reconciliarlo porque permite la terrible enfermedad y sufrimiento al enfermo terminal y el duelo a sus familiares, ¿cómo perdonarle a Dios que permita estas cosas terribles a la gente buena que cumplió con sus mandamientos, a ese Dios que pudiendo evitar el mal y el sufrimiento no lo hace? Si creemos que Dios es una fuerza benévola y puede controlar las desgracias y pruebas difíciles en la existencia humana, ¿Por qué no nos protege de la muerte, el dolor, la enfermedad, la indefensión, etc.?

Cuando nuestra vida se torna difícil nos peleamos, le reclamamos y reprochamos a ese Dios el por qué no nos protegió del cáncer, de la quiebra financiera, del accidente, del divorcio, etc., al ser así, sucede que esta depresión y pesimismo espiritual nos hace colocar a Dios en un lugar en el que nunca pretendió Él estar ni llegar a ser lo que nosotros “enfermos” creemos que Él es.

En el fondo, esta depresión y pesimismo espiritual, enojo y coraje, resentimiento y frustración no es contra el verdadero Dios, sino contra los ídolos y falsas imágenes de Él, y como sabemos que al igual que en el Éxodo y los Profetas, todos nuestros ídolos e ideas ilusorias acerca de Dios, deben caer y con ellas el dolor y el sufrimiento humano, mediante la fuerza de una Vida de Fe auténtica, madurada, razonada, buscada, encontrada y asumida, llegando este proceso a ser la experiencia más importante que debemos trabajar con los pacientes terminales y familiares afectados.

Es cuando escuchamos a los enfermos decir con amargura y tristeza “Si hubiera hecho… tal vez no…”: “Porqué no fui más pronto al médico antes de que fuera demasiado tarde”, “Porqué no dejé de tomar o fumar a tiempo”, “Porqué no conseguí de inmediato el mejor tratamiento” “Porqué no hice ese viaje con mi familia y pasé más tiempo con mis hijos, padres, etc.” y la respuesta es una depresión preparatoria para morir (con cierta finalidad didáctica espiritual de aprender a identificar y ubicar estas etapas del morir y la enfermedad terminal se recomienda ver y analizar las películas, “Antes de partir” y “Elsa & Fred”).

Podemos reconocer y ubicar al paciente de esta etapa cuando el enfermo entra en un estado de nostalgia y tristeza mortal por la vida que se pierde e inmola (cfr. Mc. 14, 32 – 42: “La agonía de Jesús en Getsemaní”) y que se ve necesitado de prepararse para morir. Son los momentos en los que el paciente puede pedir una oración de gratitud, de alabanza, de súplica, de intersección, de abandono en manos de Dios Padre, de aceptación, de perdón, etc., es cuando empieza la disposición de espíritu a ocuparse de las necesidades de duelo, despedida y muerte en los que hay que favorecer los momentos de intimidad y Encuentro con el Señor.

2.- La Depresión en las Sagradas Escrituras.

Cristo en la historia del Hijo Pródigo (cfr. Lc. 15, 11 – 31), nos enseña sobre el perdón del Padre que debe prevalecer entre los hombres y nos cuenta que el padre dispuso matar la becerro gordo y hacer una fiesta por que su hijo perdido había regresado, en contraste con la actitud del hijo mayor, quien se enoja y deprime cuando sabe que su hermano menor ha regresado.

El hijo mayor, sin mirar la dureza de su corazón, ve solamente la culpa o falta en su hermano menor y por causa de su depresión no puede recibir ni dar el amor del padre a su hermano menor quien se reconoce pecador y necesitado de perdón: “Padre, he pecado contra Dios y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo” (cfr. Lc. 15, 17- 19), acto de contrición y sincero arrepentimiento con el que rompe el círculo de pecado “culpa – depresión – culpa = más depresión y más culpa”, al reconocerse pecador y aceptar el perdón.

Uno de los síntomas de que esta fase de depresión preparatoria va sanando es el deseo de perdonar y de pedir perdón, “el pecado del hijo
pródigo, de irse lejos y derrochar sus bienes se vuelve origen de nuevos dones (anillo, túnica nueva, sandalias, fiesta, becerro gordo) al recobrar la dignidad de hijo, no de asalariado.

La parábola demuestra que el volvernos conscientes de la depresión y el reconocer sus síntomas puede conducirnos a un amor más profundo y puede concedernos la apertura a una nueva vida. El querer confesar su pecado y el aceptar el perdón marca la diferencia entre Judas Iscariote y Pedro: ambos pecaron contra Cristo y se sintieron deprimidos por su acción, Pedro, a consecuencia de su depresión, se regresa a Cristo con una actitud de amor total y el Judas llora gritando lo que no hubiera hecho y se ahorca.

Estos casos, el de Pedro y Judas son muy importantes trabajar espiritualmente en enfermos terminales y familiares, mediante ejercicios de contemplación de decirle a Cristo lo que siento, asumir lo que siente Cristo, sus reacciones, sus pensamientos y forma de ser y relacionarse en los pasajes del Evangelio, pues representan los modelos contrapuestos de respuesta del hombre frente a la depresión preparatoria de la muerte: “las respuestas de la desesperación que ahorca” versus “las respuestas de la nueva esperanza que llevan a la vida”, dependiendo de si nos estancamos en la culpa – depresión, o de que regresemos al amor total de Cristo.

Judas se concretó a ver su pecado, llorar de desesperación y arrepentimiento tal vez, y se ahorcó, porque pensó que su culpa era demasiado grande que no podía ser perdonado, en cambio, Pedro comprendió que mientras más grande era su pecado, tenía más necesidad de perdón y deseo del amor total de Cristo.

En las Escrituras, las personas deprimidas que han dado el paso de la depresión a la plenitud de la aceptación, son aquéllas que han confesado su pecado y se han arrepentido acercándose al amor de Dios, son aquéllas personas que entienden que el sacramento de la confesión no cambia la mente y sentimientos de Dios sobre nosotros a fin de aceptarnos con nuestro pecado sino que es la oportunidad de cambiar nuestra pensamientos y sentimientos para aceptar el perdón que Dios nos dio a todos los redimidos en el calvario, (cfr. 1Jn. 1, 1 – 10).

3.- La depresión puede ser saludable.

Así como el enojo saludable me lleva e esforzarme por un amar
y un Amor como el de Cristo, así también la depresión saludable me conduce a cambiar mis acciones carentes de perdón y amor hacia Dios, los demás y hacia mí mismo, en lugar de sentirme lastimado o herido por la presencia de la enfermedad terminal.

Podemos admitir nuestro pecado y verdaderamente cambiar sentimientos y actitudes hacia el perdón cuando nos hacemos conscientes del perdón de Cristo. Es la perspectiva de Cristo la que nos confiere salud (cfr. Gál. 5), sin los frutos o dones del Espíritu Santo de Jesús no podemos cambiar ni sanar nuestros sentimientos heridos, por lo que se insiste en trabajar espiritualmente y en distintos momentos de esta etapa los siguientes textos:

• Mt. 5, “las bienaventuranzas” en relación directa con las pruebas y el sufrimiento humano; 2 Cor. 12, 7 – 21, “Las gracias extraordinarias que recibió Pablo”; Lc. 9, 22 – 27, “Pedro proclama su fe en Cristo”;

• Fil. 4, 10 – 13, ”Agradecimiento de Pablo”, en relación a la paciencia y bondad de Dios con el hombre que sufre;

• Mt.6, 22 – 23: “Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo”, 1 Cor. 13: “Nada hay más perfecto que el amor” y Mt, 9, 1 – 8: “Jesús sana al paralítico y perdona sus pecados”, en relación con la depresión preparatoria.

4.- El manejo espiritual de la depresión preparatoria.

Si no trabajo la depresión preparatoria del morir puedo terminar sufriendo más allá de la enfermedad terminal. Cuando la etapa de depresión se extiende de sobremanera que parece eterna para el paciente, se pueden presentar pensamientos suicidas, cambios en el sueño y apetito, mayor intensidad de dolores físicos, deprivación emocional y sufrimiento espiritual. Se necesita experimentar la aceptación de Cristo, no más, para comenzar a aceptar la agonía y la muerte con un sentido liberador, que sólo nos viene de Cristo, porque si Dios está conmigo, a quién temeré.

4.1.- Decirle a Cristo lo que siento.

¿Contra quién y por qué estoy culpándome y enojado? Con el otro o conmigo mismo? No obstante la respuesta, veo como he dañado y lastimado yo mismo.

Nuestra oración podría ser: “Señor, todo lo que he dicho es todavía egoísmo, sólo me preocupa cómo me ha lastimado la enfermedad y en consecuencia el tiempo de morir, ni siquiera he visto cómo te he herido a ti en mi y en los demás, perdóname la auto conmiseración y el centrarme en mi debilidad, en vez de agradecerte tu perdón y amor. Ayúdame a dejar de culparme en lugar de poner mi culpa y enfermedad en tus manos y acogerme en amor sanador. Te entrego todas las situaciones que he pasado con esta enfermedad y en las que te he herido a ti presente en mi y en los demás, te pido que me sanes de todo aquello que todavía Tú y yo estamos padeciendo como resultado de mis omisiones y acciones, no quiero esconder de ti nada que necesite ser sanado”.

Responder o decirle al Señor Jesús con tus propias palabras todo lo que te sucede, con sinceridad, gratitud y alabanza ofrecer el propio dolor físico y sufrimiento ocasionado por la enfermedad.

4.2.- Escuchar mediante la Sagrada Escritura los sentimientos de Cristo.

Después de que he puesto en manos de Cristo todo lo que desearía haber hecho diferente y todas las heridas espirituales que ha provocado la enfermedad y el morir, observo a Cristo para ver qué es lo que él haría, cómo reacciona Cristo ante una persona que se siente como yo me siento ahora?, para lo cual vamos a leer con actitud orante y serena para escuchar y comprender profundamente lo que me dice a mí el texto de Lc. 7, 36 – 50: “El fariseo y la mujer pecadora”.

Hay que leer o pedir que nos lean varias veces este texto de Lucas, nosotros imaginar cada detalle de la escena y de los personajes que intervienen y comenzar a escuchar lo que Cristo parece estar diciéndome:

“Te he perdonado mucho para que seas capaz de amar y perdonar mucho. Ahora ya sabes cuánto te he perdonado, agradece que puedas ver tus propias fallas en aquéllos debes perdonar (a Dios, a ti mismo, a tus familiares, a la enfermedad, doctores, enfermeras, etc.), ya no te deprimas al sentir que la enfermedad ha consumido tu vida y tu cuerpo, ya no te lastimes a ti y a tus familiares o situaciones, acciones o hechos de la vida culpándolos de lo que ahora te pasa, ya deja de negar, negar, temer, regatear y culpar por querer asegurar tu vida, trata más bien de reconocer y aceptar tu debilidad, tu pecado o enfermedad, permite que yo te ame, salve y libere de tu deuda o depresión sin ponerte condiciones, cancela tus condiciones no dichas, deja de herirme en ti y ama y perdona a los demás y ti mismo como yo te amo y perdono… si pudieras verte y verlos como yo te veo para que veas lo mucho que yo te amo, enfermo y moribundo, sólo tienes que aceptar el perdón que te di cuando morí por ti y di mi vida a cambio de la tuya, ¿qué más puedo hacer para que sientas que yo te amo como ahora eres?, dame tu mano para demostrar que quieres estar más cerca de mí, déjame llenarte de mi fuerza salvadora y sanadora de toda culpa y puedas escuchar con gozo “¡Tu fe te ha salvado, vete en paz!” “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

4.3.- Asumir y vivir en el Espíritu de Cristo, sus reacciones y actitudes.

Le pido a Cristo que ponga en mi imaginación y contemplación su manera de actuar y que conceda a mi corazón el poder de perdonar y reparar el daño hecho en mí y en los demás, nuestro ejercicio espiritual de reflexión, medicación, contemplación y amor de esta etapa cercana a la aceptación y aprendizaje podría ser:

“Señor Jesús, contemplo que tocas a la mujer que está a tus pies y que le sanas de la depresión diciéndole ¡tu fe te ha salvado, vete en paz!, sé que lo que quiero es que hagas lo mismo conmigo, pon en mi mente el modo en que quieres que viva con tus pensamientos y sentimientos, no quiero estorbar tu amor sanador hacia todos los que me rodean, muéstrame cómo quieres usar lo que menos me agrada de mí mismo y los medios con los que me quieres sanar y que me quieres regalar para que yo te los agradezca cuando comienzo a creer y aceptar los dones que deja en mi esta de etapa de depresión”.

Veo a Cristo que pone su mano en mi hombro, sonríe y me abraza porque puedo perdonar una deuda de quinientos en lugar de una de cincuenta. Descanso en sus brazos, ya lo único que sólo deseo es descansar tranquilo en él y ser amado por él.

Podemos hacer del sacramento de la confesión y reconciliación un acto de sanación a través de confesar al Señor lo que nos sucede en estos pasos hacia la aceptación y aprendizaje del morir y un ofrecimiento de perdón y gratitud por la curación real y posible.

La profundidad del perdón se mide no con palabras sino con hechos honestos y sinceros de una reconciliación y aceptación auténtica y genuina. Poco a poco el perdón profundiza hasta que también comienzo a sentirme amado y amoroso, aceptante y dispuesto a aprender de mi final experiencia de la vida, en lugar de permanecer con los sentimientos enfermizos de la depresión.

5ª. Etapa: La Aceptación y Aprendizaje.

1.- Reconocer y aceptar los síntomas de nuestra fase de aceptación y aprendizaje del morir.

La negación y aceptación se parecen: en la negación las heridas psicológicas y espirituales causadas por conocer el diagnóstico y padecer nuestra enfermedad las encubrimos por medio de los mecanismos de defensa de racionalización y evasión, aunque fingimos aceptar la verdad del diagnóstico, el enojo y la depresión posteriores nos siguen carcomiendo hasta que se vuelven contra nosotros mismos; en la aceptación al quedar libres de síntomas, podemos fingir con actitudes de indiferencia y resignación, de cobardía al abandonar la lucha física, psicológica y espiritual de la fase de aceptación y aprendizaje.

Cuando estoy en la etapa de aceptación y aprendizaje del proceso de morir las viejas heridas han sido sanadas, dejo de deprimirme por la proximidad de mi muerte, permito que quienes me cuidan aprendan del camino a la muerte, puedo compartir con otros el temor de morir, su enojo y regateos, porque sienten que yo acepto mis sentimientos de duelo y sufrimiento de ir muriendo viviendo plenamente los últimos días de mi vida, empezamos a hablar de la lucha física, psicológica y espiritual de cada etapa.

La verdadera aceptación de la realidad de mi enfermedad terminal y propia muerte se mide por el grado en que puedo decir:

“Soy amado por Cristo, mi salvador, y quiero que él sea el centro de mi vida y de mi muerte, con él acepto la voluntad de Dios Nuestro Padre ahora y en la hora que él lo disponga.”

Los ejercicios espirituales de esta etapa nos van llevando de la mano de Cristo a distinguir tres actitudes y movimientos de espíritu que son la disposición, el abandono y la acogida, a fin de poder exclamar, en el momento llegado, “¡Padre Mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya!”, (Mt. 26, 42); “¡Padre, en tus manos pongo mi vida y encomiendo mi espíritu!”, (Lc. 23, 46); “¡Señor Jesús, recibe mi espíritu!” (Hech. 7, 59), “Señor, acuérdate de mi ahora que estás en tu reino”, (Lc. 23, 39 – 46).

2.- La aceptación en las Sagradas Escrituras.

Las “Bienaventuranzas” (Mt. 5, 1-16), nos llaman a amar, incluso cuando estamos próximos a morir, en la medida en que las vivimos, enfocamos los últimos días de nuestra vida no en el duelo y sufrimiento sino en la Esperanza y promesas que nos hace Cristo:

“Bienaventurados los que tienen espíritu de pobre porque de ellos es el reino de los cielos”:
¿En mis sentimientos de aceptación y aprendizaje del morir, he confiado y puesto mi esperanza en Dios?;

“Bienaventurados los que lloran porque recibirán consuelo”:
¿En mis últimos días he sido consolado por Dios y los demás?, ¿He consolado a los demás?;

“Bienaventurados los pacientes porque recibirán por herencia el reino de Dios”:
¿He madurado y cosechado frutos de los dones que Dios me ha dado en esta experiencia de mi vida?;

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados”:
¿Esta fase de aceptación y últimos aprendizajes de la vida me han hecho más parecido al Señor Jesús en cuanto a actitudes, reacciones, gestos, acciones y más dócil de espíritu?;

“Bienaventurados los compasivos porque tendrán misericordia”:
¿He hecho el esfuerzo por perdonar como el Señor Jesús perdona? ¿Puedo ser perdonado felizmente porque así perdono a los demás?;

“Bienaventurados los de corazón limpio porque verán a Dios”:
¿En mis sentimientos de aceptación puedo reflejar a los demás la aceptación incondicional que me da el Señor Jesús?;

“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios”:
¿Acepto con gozo y paz la muerte? ¿A quién quiero dejar en paz?;

“Bienaventurados los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el reino de los cielos”:
¿Creo que en mi dolor y sufrimiento más me ama Cristo? ¿Cómo lo transparento hacia los demás?

San Pablo en 2 Cor. 11, 23 – 27; 1 tes. 5, y Rom. 8, 28 -39, nos describe y alienta a cómo madurar en la aceptación del sufrimiento humano que nos acompaña camino a la muerte.

3.- La aceptación puede ser saludable.

Esta etapa de aceptación y de los últimos aprendizajes de la vida es básica para alcanzar la plenitud de la vida y abundancia de los dones de la gracia en el hombre doliente a causa de la enfermedad terminal.

Víctor Frankl, un psicólogo judío en campos de concentración nazi, se preguntaba porque algunas víctimas del holocausto podían sobrellevar la brutalidad en esos campos y aún más, regalar su comida a compañeros enfermos, mientras que otros hurtaban y se atracaban entre ellos. Observando a sus compañeros presos, observó que algunos sanaban y crecían aún medio del sufrimiento, no porque sufrieran menos sino porque tenían una razón especial, algo que lograr en la vida, que les permitía sobrellevar este sufrimiento, a pesar de las torturas, se aferraban a la vida porque confiaban en terminar algo o regresar al lado de sus hijos o querían seguir viviendo, una razón para soportar todo y poder vivir. Aquéllos que aceptaban el sufrimiento y perdonaban llegaron a ser salvos y sanos, con el poder de aliviar el sufrimiento a su alrededor, (se recomienda ver y reflexionar la película “El poder de una visión de futuro”).

Los santos modernos son personas comunes que usan el dolor y el sufrimiento de las etapas del morir como dones y perdonar es una forma de curación. Dios no promete eliminar nuestros problemas, pero si nos promete la ayuda para enfrentarlos y madurar a partir de ellos.

4.- El manejo espiritual de la fase de aceptación y aprendizaje del morir.

Para alcanzar la serena aceptación de la muerte, una persona moribunda lo que más desea es tomar silenciosamente la mano de un amoroso, y esa es la mano de Cristo presente en ti que cuidas, atiendes o visitas o trabajas con los enfermos terminales y familiares afectos. Nosotros también alcanzamos la aceptación de nuestras heridas emocionales por el duelo que nos deja la pérdida del ser querido, cuando tomamos la mano de Cristo presente el enfermo moribundo.

En estos momentos, la espiritualidad del enfermo y de la persona que acompaña al moribundo puede ser alimentada por oraciones de los grandes místicos dichas, meditadas y vividas con toda la fe del corazón y del alma, como ejemplos están la oración de “Tomad y Recibid” de San Ignacio de Loyola, “Hazme un instrumento de tu Paz” de San Francisco de Asís, la “Oración al Padre” de C. de Foucault. El resultado de estos ejercicios espirituales en las anteriores oraciones meditadas y contempladas, vividas es un estar en silencio, un silenciamiento interior y exterior en el Espíritu de Jesús.

4.1.- Decirle a Cristo lo que siento:

Decirle al Señor Jesús lo difícil de aceptar el dolor y el sufrimiento en carne viva y de tener que aprender, con gozo y paz, a desprenderse de los seres queridos y de la vida. Reconocer que no he aceptado el sufrimiento de la muerte tan cercana, real e inminente en cada respiro de la manera como Cristo aceptó su pasión y su muerte: con la esperanza de ser acogido en los brazos del Padre Eterno, quien sale a nuestro encuentro con Jesús.

Ponerse en actitud de total abandono y entrega, como disposición incondicional volver al silencio interior e ir depositando, en manos de Jesús y del Padre Eterno, en todo lo que hay de nosotros, limitaciones, preocupaciones, personas significativas, impotencias y dolores de la enfermedad, temores y ansiedades últimas ante la muerte.

Puedes ayudarte de ciertas expresiones, aquéllas que más te ayuden a sentir y percibir tan cerca de ti al Señor Jesús Resucitado y deja que el Espíritu de Jesús entre e inunde todo tu ser y alma y siente como esa Presencia toma plena posesión de lo que eres, de lo que piensas, de lo que haces, cómo Jesús acepta lo más íntimo de tu corazón.

En la Fe acógelo sin reservas, gozosamente, siente cómo Jesús toca en ti lo que más te duele y lo que más te cuesta sufrimiento dejar, siente cómo Jesús saca de ti esa espina de dolor y angustia que te oprime y cómo te alivia de esos temores que sientes en la boca del estómago o espalda, pídele que te libere a ti y a tus familiares de esos lazos de apego afectivo y de conciencia que te dificultan morir en paz y gozo, en la Esperanza de la Resurrección.

4.2.- Escuchar mediante la Sagrada Escritura los sentimientos de Cristo.

¿Cómo les enseñó Cristo a sus discípulos debían responder con Aceptación ante el dolor y sufrimiento?

En Mt. 5, 1 – 12, “Las Bienaventuranzas”.
Salmo 123: “Oración de los afligidos y de los que esperan”.
Salmo 27: “Junto a Dios no hay temor”.
Salmo 23: “El Buen Pastor”.
Jn. 15, 1 -7: “Yo soy la Vid y ustedes los sarmientos”.
Gál. 2, 7 – 21: “Somos salvados por la Fe”.
Lc. 7, 11 – 17: “Jesús resucita al hijo de una viuda”.
Eclesiastés/ Sirácida 2: “Confianza en Dios en las pruebas”.

Los ejercicios espirituales en la fase de aceptación, tienen como principal objetivo fundamental el aprendizaje humano de la experiencia de Jesús en el Huerto de los Olivos, aprender y vivir por Gracia y obra de Jesús, el Señor, sus actitudes de Disposición, Abandono y Acogida, en virtud de lo cual, es lo que tenemos que aprender en esa cita con Jesús en el olivar, por lo que su voz parece decirnos a nosotros mismos:

“Basta de negación, enojo, temor, regateos, culpas, basta de depresión, de buscar y no encontrar, de no aceptar. Llegó la hora de abandonarse en manos del Padre, llegó el momento de aceptar la voluntad de Dios en el final de la vida en silencio y en paz. Ya es hora de dar el paso de perdonar, de aceptar, de empezar a amar, ¡Padre en ti me sostengo, todo lo acepto con amor, que se haga en mí y en mis seres queridos tu voluntad!” Así sea.

No se trata de la repetición mecánica, rígida y forzada de este mensaje de aceptación por sí misma, sino de vivir y decírnoslo pausada e intencionadamente, saborear cada frase-momento en la presencia íntima de Jesús el Señor, en silencio y en paz, reflejarlo amorosamente a los demás.

4.3.- Asumir y vivir en el Espíritu de Cristo, sus reacciones y actitudes.

Acompañado de Cristo y revestido de su gracia, imagina que sales a aquéllos lugares significativos en tu vida, visualiza que te encuentras a personas importantes en tu vida que por alguna razón no puedes dejar sin despedirte, míralas con los ojos de Cristo Jesús, cómo sería la serenidad y el amor de Cristo si tuviera que despedirse de su madre, padre, hijos, hermanos, amigos, de la vida terrenal, etc., déjale a Cristo Jesús actuar dentro de ti y a través de ti, que su semblante aparezca en el tuyo, que sus palabras sean las tuyas, que sus sentimientos y actitudes sean los tuyos hasta que no seas tú quien vive sino Cristo que vive en ti…

Una vez más, el aprendizaje de la actitud de Disposición, Abandono y Acogida en la voluntad amorosa del Padre Eterno se nota en que lleva al hombre muriente y doliente, así como al duelista y enlutado a asumir y vivir en el Espíritu de Cristo, lo siguiente:

“Yo, me perdono por no haber amado a mis padres y hermanos como hubiera querido o como ellos esperaban de mí, perdono y acepto a mis padres porque me amaron hasta dónde cómo humanamente ellos pudieron. ¡Gracias Padre por curarme de la heridas hechas por mis padres y hermanos y demás personas que me dieron de sí para que yo creciera… Les pido perdón de cualquier ingratitud y daño que le s haya causado, les acojo y abrazo en el misterio de tu voluntad, gracias por el milagro de mis padres, hermanos y demás personas con quienes crecí! Acepto y perdono todos mis defectos de carácter, errores pasados, acepto las personalidades de mis seres queridos, amigos y enemigos, compañeros de trabajo, vecinos y personas que me rodean. Dejo de estar siendo verdugo de mis defectos y de los demás, ¡Padre, dame la gracia de hacerme amigo de mí mismo, me doy el perdón de mí mismo, me acepto con todo lo que viví y todo lo que me faltó vivir, hacer, decir, dar, etc., y te agradezco por ser como soy y de haber vivido mis experiencias humanas difíciles que me avergüenzan, la experiencia de nacer, crecer y vivir hasta hoy las adversidades de la enfermedad y del morir! Acepto la vida como la viví, acepto y agradezco esos momentos de logros, satisfacciones y de envejecer y de morir cerca de quienes me acompañan en mi enfermedad, el dolor físico y el sufrimiento y angustia de ir muriendo.¡ Te agradezco Padre la hermana enfermedad y la hermana muerte, te ofrezco mis resistencias, temores, enojos, regateos, culpas y falta de Disposición, Abandono y Acogida en tu voluntad, abrazándome a ti en medio de mis dolores, vejez, pobrezas, necesidades y deseos inconclusos al término de mi vida, abrazando el día de mi muerte, el día esperado en paz de ir a mi nueva vida, sólo te pido que llegado ese día me concedas la gracia de ir a ti, Padre Mío!

Aceptar el dolor y sufrimiento humano por la pérdida de la vida al aceptar y perdonar a la muerte es una ocasión de vivir nuestro último acto de ser humano. Hay una especie de combate por la aceptación de uno mismo como muriente y doliente por las muchas pérdidas y duelos de la vida vivida, que es amar, ante ello, lo que podemos buscar es desarrollar una auténtica actitud de Disposición, Abandono y Acogida no sólo una vez, un día o allá cada cuando, sino más bien, se trata de hacer un estilo y forma de vida, de vivir estas actitudes en el transcurrir de la vida cotidiana, estemos o no frente a una pérdida y duelo.

La única manera de vencer la angustia por la enfermedad terminal, la vejez y la muerte es abandonando toda resistencia y aceptado las fronteras inquebrantables, gozosamente entregado en las manos del Dios Padre (Larrañaga, 2003).

Nuestra Espiritualidad de vida en la fase de aceptación y aprendizaje podría ser: ¡Dios Mío, dame la gracia de transformar el rechazo y desamor, todos los recuerdos dolientes los deposito en tu voluntad, guerras y conflictos internos, heridas de la vida, lágrimas, pobreza, todo aquello que fui y no debí ser, todo aquello que dije y no debí decir, todo aquello que hice y no debí hacer, todo lo deposito en tus manos, que este desprendimiento sirva para renacer, para despojarme del Hombre Viejo y revestirme del Hombre Nuevo!

* * *

“…Jesús les dijo entonces: .
El que cree en mí. Aunque muera, vivirá…”
(Jn. 11, 25)

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