San Medardo, 8 de junio.

San Medardo, 8 de junio.

Medardo, Santo
Obispo

Una antigua leyenda cuenta que siendo niño Medardo, cuando habiendo encontrado a un pobre campesino que se lamentaba de haber perdido su caballo, corrió a buscarle uno a la caballeriza del castillo para sustituirlo. Cuando su padre se dio cuenta que faltaba uno de sus caballos, partio en su búsqueda; pero empezó a caer una lluvia tan tupida que tuvo que volver a su casa. Mientras tanto el pequeño Medardo permanecia afuera, sin mojarse. Al ver esto el señor Nector y su esposa comprendieron que el cielo aprobaba a su hijo y decidieron dejar al campesino el caballo. Es sin duda este milagro lo que hizo creer que, apenas llegado al paraíso, Medardo había sido encargado de ocuparse de las lluvias.

Medardo, nombre que tiene su origen en la lengua Sajona y que quiere decir “el que merece ser honrado.”

Nació en Salency (Aisne, Francia) de padre franco de nombre y madre galorromana cuyos nombres aportados por la imaginación posterior son Néctor y Protagia. Dicen que estudió en la escuela episcopal de Veromandrudum, lugar que sitúan cerca de la actual Bélgica, en donde hay recuerdos históricos para los hispanos por la victoria de Felipe II en san Quintín -Saint Quentin- que nos valió el Escorial. Ya como estudiante se distinguió -según las crónicas- por su caridad dando a algún compañero famélico su comida.

Fue largo tiempo obispo de Noyon. Muy popular durante su vida, siguió siéndolo después de su muerte. Todos los hechos que se reportan sobre de el, son actos de bondad. Daba grandes limosnas a todos los indigentes, incluidos los perezosos. Nunca se decidió a castigar a los ladrones.

Con estos antecedentes se ve natural que se decida por la Iglesia y no por las armas. Se ordena sacerdote y de nuevo la fábula lo adorna con corona de actos ejemplares, aleccionadores y moralizantes para adoctrinar a los amigos de lo ajeno sobre el respeto a la propiedad: unos desaprensivos que robaron uvas y no supieron luego descubrir la salida de la viña sirven para demostrar que el pecado ciega; de los ladrones de miel en las colmenas propiedad de otros y que fueron atacados por el enjambre saca la conclusión que el pecado es dulce al principio, pero después castiga con dolor; de aquel que, merodeando, se llevó la vaca del vecino y cuyo campanillo no dejó de sonar día y noche hasta su devolución dirá que es el peso de la conciencia acusadora ante el mal.

Y es que el tiempo de su vida entra dentro de las coordenadas del lejano mundo merovingio. Meroveo, rey de los francos, ha prestado un buen servicio a Roma peleando y venciendo a Atila (541), Childerico ha comenzado a poner las bases de un reino al que Clodoveo dará unidad política y religiosa cuando se convierta al catolicismo por ayuda de su esposa Clotilde y del obispo Remigio, después de las batallas de Tolbías (496) en la que venció a los francos ripuarios y alamanes y de Vouille (507) apoderándose de los territorios visigóticos con la expulsión de los arrianos. Ni la conversión de Clodoveo -que siempre apreció los dictámenes de su talento político más que los de su conciencia- ni la de sus francos consiguió un súbito cambio al estilo de vida cristiana; hizo falta más bien la labor callada y paciente de muchos para mejorar a los reyes, al ejército y a los paisanos.

A Medardo lo hacen obispo a la muerte de Alomer; con probabilidad lo consagra Remigio. Y se encuentra inmerso en el difícil y cruel mundo de restos de paganismo con resistencia a la fe; deberá luchar contra la superstición de sus gentes, contra la ignorancia, las duras costumbres, la haraganería, rapiña y asesinatos. A ese amplio trabajo evangelizador se presenta Medardo con las armas de la bondad y de la comprensión más que con el báculo, el anatema o el látigo. Por ello la fuente popular que describe graciosamente su persona y obra la adorna, agradecida, con el aumento de detalles que la fantasía atribuye al santo con la bien ganada fama de bondad. Detrás de la narración ampulosa que hacen los relatos se descubren, entre el follaje literario, los enormes esfuerzos evangelizadores de los -sin organización aún, ni derecho- primitivos francos.

Murió en torno al año 560 en Noyon (Oise, Francia) y sus restos se trasladaron a la abadía de Soissons donde le veneraron durante toda la Edad Media los ya más y mejores creyentes francos.

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