San Pío X, Vida La vida parroquial de Roma

San Pío X, Vida La vida parroquial de Roma

San Pío X, Vida

La vida parroquial de Roma

Pío X, que durante casi cuarenta años fue un hábil pastor de almas en su programa de grandes iniciativas y de valientes reformas no podía olvidar a su diócesis de Roma. Por eso, queriendo hacerse cargo del estado moral de sus queridísimos romanos, el 11 de febrero de 1904 prescribía la visita pastoral, confiándola a su cardenal vicario, a quien señalaba para ayudarle prelados y sacerdotes integérrimos, insignes por su doctrina, no menos que por una esclarecida prudencia.

Esta visita apostólica puso en una no muy consoladora evidencia a un número no pequeño de sacerdotes de otras diócesis, los cuales, incontrolados, se habían establecidos en Roma con consecuencias no siempre hermosas.

 

El  Papa, que conocía el daño que ocasionaba a la Iglesia esta clase de clérigos que vivían alejados de la vigilancia de sus obispos, no tardo en tomar una decisión firme y decidida, ordenando que regresaran a sus diócesis respectivas todos aquellos que no pudiese demostrar, mediante validas razones, la necesidad de su permanencia en Roma.

La visita apostólica se había observado, sobre todo, la urgente necesidad de dar a la vida parroquial de la ciudad una sistematización que respondiera a las necesidades de las almas y a las condiciones variantes de los tiempos.

La población de Roma se acercaba a los 463,000 habitantes, pero el número de las parroquias –casi 60- no había cambiado. El distrito Tiburtino, con más de 70,000 almas, contaba solamente con la parroquia de San Lorenzo al Verano, la cual comprendía también una vasta zona rural, y otro tanto pasaba en el populoso barrio de Testaccio, en la falda del Aventino, en el que prestaba la asistencia religiosa dominical un sacerdote ayudado de algunos buenos feligreses para quienes  la fe era título de nobleza y orgullo.

El extenso territorio en torno a las grandes vías Nomentana y Salaria pesaba sobre la única parroquia de Santa Inés “fuoru le Mura” y las no menos castas zonas del Celio, del Esquilino y de la Appia Nuova, tenía la única parroquia de San Juan le Letrán.

En una pequeña zona rural, en Porta Furba, a través de una red de miserables casuchas, se había creado silenciosamente una aglomeración de más de 10,000 habitantes, faltos de Iglesia, de escuela, luz, agua e incluso de médico, mientras un poco más allá se extendía la tristeza del Agro Romano, en completo olvido. En conjunto era}n 300,000 almas que vivían sin parroquia, o lo que es lo mismo: 300,000 almas expuestas a todas las insidias y a todos los peligros.

Para ordenar las viejas parroquias dentro del recinto de las antiguas murallas y crear otras nuevas entre las grandes aglomeraciones de población en los límites extremos de la ciudad, era necesario prescindir de intereses, romper tradiciones, vencer influencias y gastar millones sobre millones.

Pío X, no se asusto. Ante el grave pensamiento de la salvación de las almas, que desde la humilde parroquia de Tómbolo hasta la diócesis de San Marcos había sido siempre su pasión, doblo su coraje y su firmeza, supero todos los obstáculos, venció todas las dificultades y en breve tiempo encontró manera de proporcionar a Roma una magnifica floración de nuevas parroquias con escuelas, con juegos y dispensarios para los niños, y con asistencia para los niños deficientes y enfermos, mientras nombraba pastores de almas a sacerdotes jóvenes, dignísimos por su celo, capacidad y doctrina, proveyendo al mismo tiempo al mejoramiento económico de los clérigos, para que, libres de otras ocupaciones, pudiesen con tranquilidad de espíritu, antender únicamente al bien de las almas y a la gloria y honor de Dios.

La crisis pastoral que hasta entonces había sufrido la diócesis de Roma, podía estimarse superada, y Pío X, podía alegrarse del consolador espectáculo de aquellos barrios regenerados en las costumbres cristianas. Las esparcidas poblaciones del Agro Romano se veían asistidas, aumentaba la frecuencia de Sacramentos a la sombra de viejas y nuevas parroquias y en todas partes se creaban nuevas obras religiosas y sociales, como fundamento de la fe y de la caridad de Cristo.

El interés y el celo del Papa por la construcción de nuevas Iglesias, lo recuerda el cardenal Merry del Val, diciendo: “Cuando discutía con los arquitectos, examinaba todo detalle de los proyectos que le presentaban y lo estudiaba con la máxima atención antes de permitirles empezar la construcción.

Pío X, demostró, especialmente en Roma, una marcada preferencia por los mejores modelos de la arquitectura clásica. “¿Por qué –decía- no se toma siempre como modelo el de cualquier vieja basílica? Mejor, es reproducir la arquitectura de las antiguas Iglesias que gastar el tiempo y dinero en feas novedades de un estilo excéntrico e indefinido.

Así, también, para facilitar el sagrado ministerio, insistía en que se levantara una rectoría unida a la Iglesia y que en las proximidades donde fuera posible hubiese una escuela y ambiente para la vida parroquial y para las obras anejas (Pío X: impressioni e Ricordi, p. 77 Padua, 1949)

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