San Pío X, Vida   ‘El  movimiento democrático del “Sillon” en Francia.’

San Pío X, Vida ‘El movimiento democrático del “Sillon” en Francia.’

San Pío X, Vida

El  movimiento democrático del “Sillon” en Francia.

Pero otro error exigía a Pío X que reaccionase con aquel mismo coraje y con aquella misma firmeza con que había reaccionado contra las desviaciones de la democracia cristiana en Italia.

Era aquella corriente democrática francesa representada  por el famoso movimiento social del “Sillon”

Este movimiento, iniciado en 1893 bajo la inspiración de la memorable encíclica de León XIII sobre la condición de los obreros, con el propósito de trabajar en la formación de una nueva sociedad, en la que fuese salvaguardados los derechos del pueblo  trabajador, había sucintado un gran entusiasmo, especialmente entre los jóvenes inflamados por la elocuencia fascinadora de su ideólogo Marco Sanglier y en muchos obispos había despertado las más bellas esperanzas para un mundo mejor, mereciendo, al mismo tiempo, los mas cálidos alientos y la particular benevolencia de Pío X.

Pero, cayendo poco a poco en ideas no conciliables con la tradicional doctrina social de la Iglesia, se había desviado tanto del espíritu cristiano de su programa, que se podía ya considerar como una fuerza auxiliadora del extremismo democrático social.

Pío X, que, obispo y patriarca, había seguido siempre la acción popular cristiana y conocía las ilusiones y también los errores a que podían ser arrastrados los jóvenes, demasiado  fáciles en ardor  de su entusiasmo a dejarse vencer por el encanto de las palabras, para impedir que sus  “amados jóvenes” del “Sillon” consumiesen sus prometedoras y generosas energías en una acción que no estaba de acuerdo con la Iglesia, no tardo en dar a conocer su pensamiento, examinando sus tendencias y sus errores, los cuales no eran más que las tendencias y los errores de aquella democracia social que se arrogaba el derecho de desenvolver la propia actividad fuera del control y de la dependencia de la jerarquía eclesiástica.

Así el 25 de agosto de 1910, en una carta densa de altas enseñanzas sociales y de una profunda experiencia humana, llamaba la atención de todo el Episcopado francés sobre los errores que se agitaban en el seno del movimiento democrático social del “Sillon”

Lo exigía el bien de las almas, el honor de la verdad y el mismo orden social, turbado por una propaganda que redundaba en provecho del socialismo faccioso y subversivo.

Estableció que el “Sillon” tendía a sustraerse a la autoridad de la Iglesia con el pretexto de que su acción se desenvolvería únicamente en torno a intereses de orden temporal, el Papa empieza a exponer sus teorías más fundamentales, partiendo de la utopía de la nivelación de las clases sociales, sobre la cual descansaba este movimiento para alcanzar la elevación de las clases obreras.

Los “sillonistas” pretendían nivelar las clases sociales, aboliendo la desigualdad de los hombres establecida por Dios.

“Un sueño –escribía Pío X- es querer cambiar las bases naturales y tradicionales de la sociedad humana, prometiendo una sociedad nueva fundada sobre otros principios que se pretenden más fecundos que aquellos sobre los que se rige actualmente la sociedad cristiana. Un sueño  -añadía- ya que ninguna nueva sociedad puede ser constituida de modo distinto de aquella que fue fundada por Dios y ninguna sociedad puede ser edificada si la Iglesia no pone sus bases y dirige sus trabajos.

La civilización cristiana –proseguía- no está todavía por inventar; ha sido fundada, existe y es precisamente la civilización cristiana expresada sobre los fundamentos naturales y divinos sobre los cuales ha sido construida para oponerse eficazmente a los renovados ataques de la utopía malsana, de la rebelión y de la impiedad. Instaurare omnia in Christo: esto es lo que es preciso hacer.”

Los soñadores del “Sillon” pretendiendo trabajar para la elevación de la clase trabajadora, afirmaban trabajar en nombre de la dignidad humana. Pero esta dignidad humana, para ellos, no significaba más que la emancipación de todo lo político, económico e intelectual. Solo así, sostenían, se habrá conseguido la igualdad entre los hombres, la justicia social, la verdadera democracia.

He aquí como el Papa expone su pensamiento:

“Actualmente el pueblo está bajo la tutela de una autoridad distinta del mismo pueblo. Debe liberarse de la autoridad del Estado: de donde emancipación política.

Vive bajo la dependencia de los patronos que le oprimen y le explotan. Donde debe sacudirse el yugo de la esclavitud: emancipación económica.

Esta dominado por una casta de dirigentes, a los que el desarrollo intelectual asegura una preponderancia sin límites en la dirección de los asuntos. También este dominio debe ser sacudido: de donde emancipación intelectual. El nivelamiento de las condiciones de estos tres puntos: emancipación política, emancipación económica, emancipación intelectual, establecerá entre los hombres la igualdad, en la que reside la verdadera justicia humana.”

Por ello, cuando se habrá implantado una organización política y social sobre la doble base de la libertad y de la igualdad, a las que no tardara en añadirse la de la hermandad, entonces, según el “Sillon” se tendrá lo que se llama democracia, la cual tendrá su   perfeccionamiento cuando los individuos tendrán mayor participación posible en el gobierno de las cosas públicas, instaurando así el signo de la justicia, de la libertad, de la igualdad y de la hermandad.

¡Una esplendida utopía y nada más!

Otro error del “Sillon” la soberanía del pueblo proclamaba para mejor engañar a la masa trabajadora.

Escúchese la carta apostólica de Pío X:

“El “Sillon” no deroga la autoridad, antes bien la cree necesaria. Pero quiere multiplicarla de tal forma que cada ciudadano llegue a ser una especie de rey.

La autoridad, es verdad, emana de Dios, pero primitivamente reside en el pueblo, del cual procede por vía de elección, o mejor, de selección, pero sin salid del pueblo ni llegar a ser independiente de él: será una autoridad originada en un consentimiento.

Así, en el orden económico, substraído el patronazgo a una clase particular, se multiplicara hasta hacer de cada operario una especie de patrón.

La forma económica llamada a realizar este ideal no será el socialismo (decían los “sillonistas”) sino un sistema de cooperativas multiplicadas en forma de provocar una fecunda concurrencia y capaces de asegurar la independencia de los obreros sin que estos se encuentren atados a ninguna de ellas.”

Después de estas teorías, que manifiestan la falta de una seria preparación científica y de una buena escuela de estudios sociales, bien puede preguntarse el Papa:

“¿Quién osara ahora negar que el “Sillon” funda su nueva sociedad sobre una teoría que está en pugna con la verdad católica y que falsea todas las nociones esenciales y fundamentales que regulan las relaciones sociales en la sociedad humana?”

En efecto, la autoridad –vuelve a preguntar Pío X a los “sillonistas”. ¿Procede de Dios o del pueblo?

Los filósofos de la Revolución, seguidos por los llamados liberales, enseñaron que todo poder viene del pueblo y que aquellos que ejercían el poder no lo ejercían por autoridad propia, sino por autoridad delegada del pueblo. Pero esta es una doctrina opuesta al sentimiento de la doctrina católica, la cual ha creído siempre que el poder procede de Dios como de su natural y necesario principio: “Toda autoridad viene de Dios”. El poder desciende de lo alto, no sale de lo bajo para ir hacia lo alto. El número no cuenta: los que el pueblo elige son designados, no investidos, por el sufragio del pueblo.

Pero, admitiendo que el poder se encuentre radicalmente en el pueblo, ¿Qué cosa ocurrirá con la autoridad? Necesariamente se convertirá en una sombra, en un mito, y no existirá más ley ni obediencia.

“El “Sillon” –continua Pío X- ha reconocido todo esto; pero desde el momento que reclama, en nombre de la dignidad humana, la emancipación política, económica e intelectual, de ello se sigue que la nueva sociedad por ellos soñada no debe tener amos ni criados: sus ciudadanos serán todos libres, todos compañeros, todos soberanos y una orden, un mandato, serán evidentemente un atentado a la libertad; la sumisión a una autoridad cualquiera, una humillación, una disminución del hombre, y la obediencia, una debilidad.

Pues  -concluye la carta apostólica- el “Sillon” que propugna tales teorías, no hace más  que sembrar errores funestos y perniciosos al orden social y destruye el concepto de igualdad y justicia.”

Pero el documento papal, con una lógica siempre más precisa, insiste:

El “Sillon” afirma trabajar para el advenimiento de una era de igualdad que debería ser, al mismo tiempo, una era de justicia. Principio en todo contrario a la naturaleza de las cosas, que no puede ser más que causa de injusticia y de subversión de todo orden social.

¿Solo la democracia inaugurara el reino de la perfecta justicia? Pero ¿no es esta una injuria para todas las otras formas de gobierno, como si fuesen impotentes para realizar la justicia entre sus súbditos? Sin embargo, el “Sillon” habría podido leer en la encíclica de León XIII sobre la suprema política, que,  “salva la justicia” los pueblos pueden escoger el gobierno más conveniente a su carácter o que mejor responda a las tradiciones y a las costumbres de sus antepasados.

Y la encíclica sobre la condición de los obreros, ¿no afirma, quizá, también claramente, la posibilidad de una restauración de la justicia dentro de las organizaciones actuales de la sociedad? Enseñando León XIII que la justicia es compatible con las tres formas conocidas de gobierno –monarquía, democracia, republicana- dejaba entender que la democracia no podía pretender privilegios especiales.

Otro tanto debe decirse de la noción de fraternidad que el “Sillon” superando todas las filosofías y todas las religiones, hace consistir en una simple noción de humanidad, englobando así en un único amor y en una misma tolerancia a todos los hombres, con todas sus miserias, tanto intelectuales y morales, como físicas y materiales.

En oposición, la doctrina católica enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia  de las opiniones erróneas (por muy sinceras que se quiera) ni tampoco en la indiferencia teórico-practica hacia los errores y los vicios.

La misma doctrina enseña que el manantial del amor al prójimo se encuentra  en el amor de Dios, Padre común y común fin de toda la familia humana, y en el amor a Jesucristo, del que todos somos miembros, hasta el punto de que quien socorre a un pobre o a un infeliz, socorre al mismo Jesucristo. Toda otra forma de amor es ilusión o sentimiento estéril  y pasajero y la historia demuestra cuán poco valen las consideraciones de los intereses comunes ante la fuerza de los vicios y las terrenas concupiscencias.

¡No! No existe verdadera fraternidad sin la caridad cristiana que, por amor de Dios y de Jesucristo su Hijo, Salvador nuestro, abraza todos los hombres para conducirlos todos a la misma fe y a la misma beatitud del cielo.

Separando la fraternidad de la caridad cristiana así entendida, la democracia, más que un progreso, representa un retroceso desastroso para la civilización, porque si se quiere llegar (y Nos lo deseamos con toda la fuerza del alma) a la suma máxima de bienestar para la sociedad por medio  de la fraternidad, o, como ahora se dice, de la solidaridad universal, es menester la unión de las almas en la verdad, la unión de todas las voluntades en la moral, la unión de los corazones en el amor de Dios y de su Hijo, Jesucristo. Pero esta unión no se realizara ms que en la caridad católica, la cual únicamente puede conducir los pueblos, por la vía del progreso, al verdadero ideal de la civilización.

Finalmente, en la base de todas las falsificaciones de las nociones sociales fundamentales, el “Sillon” pone una falsa idea de la dignidad humana.

“Según sus teorías, el hombre no llevara nunca dignamente el nombre de hombre hasta que no se haya formado una conciencia clara, fuerte. Independiente, autónoma, capaz de poder prescindir de todo dueño, obediente unicamente4 a sí misma, con el poder de asumir las más graves responsabilidades. Estas son las sonoras palabras con que se exalta el sentimiento del orgullo humano: el sueño que arrastra al camino de la ilusión y hace que el hombre, en la espera del día de una plena conciencia, se pierda devorado por el error y de las pasiones. El gran día nunca llegara a menos que la naturaleza humana no cambie.”

Las doctrinas propugnadas por el “Sillon” no eran doctrinas ubicadas en las regiones del idealismo, sino doctrinas vivas, brincadas a la juventud como una escuela  de educación democrática.

Por ello, Pío X, después de considerar su perniciosa influencia en la vida, lanzando una mirada de dulce piedad sobre tanta juventud generosa, todavía inexperta y sin preparación para afrontar los grandes problemas sociales, por falta de una doctrina segura, concluía su carta con un verdadero lamento:

“¡Ah, cuan cierto es que el soplo de la revolución  ha pasado sobre tantas almas jóvenes!”

“He ahí a que cosa se ha reducido el “Sillon” la asociación que tantas esperanzas suscitara. Aquel rio límpido e impetuoso, cerrado en su curso a los modernos enemigos de la Iglesia, no es más que un miserable afluente del movimiento de apostasía organizado en el mundo para la fundación de una nueva Iglesia universal sin dogmas,  sin jerarquía, sin reglas para el espíritu, sin freno para las pasiones, que, con el pretexto de la libertad y de la dignidad humana, traería de nuevo sobre la tierra, con su triunfo, el reino de la astucia  y de la fuerza, de la opresión de los débiles y de aquellos que sufren y trabajan.”

Las advertencias sociales de Pío X no habían caído en vano. El creador del “Sillon” disolvía su movimiento democrático social, mientras la carta de Pío X del 25 de agosto de 1910 al Episcopado francés permanecía como un documento amonestador para aquella democracia que soñaba una acción católica separada de la autoridad de la Iglesia y vestida de un cristianismo laico.

El card. Merry del Val. Secretario de Pío X, con fecha de 4 de enero de 1905 escribía al card. Richard,  arzobispo de Paris: “Su santidad alaba a Vuestra Eminencia por la protección concedida a los jóvenes del “Sillon” deseando que V. E. prosiga animándolos en su obra para su progreso y su mayor provecho. El augusto pontífice está seguro de que todo el Episcopado de Francia concederá su benevolencia y su protección a la sociedad del “Sillon” (Cfr. Acta Ap. Sedis, año III 1905)

“se trato de hacer comprender a Sanglier que se encontraba en una vía falsa; pero Sanglier, en vez de hacer marcha atrás, prefirió dar al movimiento un matiz político, creyendo así poderlo sustraer al juicio del Episcopado y de la Iglesia (P.G. Sanbat, Proc. Ap. Rom. Pp. 480-481)

 

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